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LA HIJA DEL DETECTIVE 221
juego—se decía á si mismo,—y
quiero seguir sus Órdenes antes de
que me aniquile.
Luciano tenía, pues, un nuevo
motivo de meditación. Si miss Pay-
ne se proponía buscar otro adminis-
trador, ¿4 quién elegiría? ¿Quién
había cuidado de ella durante todo
aquel tiempo? ¿Era hombre ó mu-
jer?
El único detalle que pudo reco-
ger sobre esté punto, era insigni-
ficante. Cuando se hallaban senta-
dos á la mesa, miss Arthur pregun- *
tó bruscamente á la joven cómo se
las había arreglado, sola y sin ami-
gos en una ciudad desconocida, y
la joven contestó riendo:
—Supongo que nunca se les ha
ocurrido á ustedes ni á Mr. Arthur
que podía haber encontrado alguno
de los amigos de mi madre. 11 mis-
mo día que me marché de Oakley
entré en posesión del diario de mi
madre. No me encuentro, pues, tan
desamparada de amigos como pue-
den ustedes suponer.
Luciano estaba de nuevo intri-
gado por lo que decía la joven, pe-
ro no podía creer que apareciera el
nuevo administrador en forma de
amante. Ahora estaba convencido
de que Magdalena, por alguna ra-
zón que desconocía, no quería per-
Judicarle.
- El relato del profesor le había
dado lo que el llamaba una buena
carta para continuar el juego. ¡Po-
bre Luciano! Creyendo haber des-
cubierto algo, no hacía otra cosa
que alejarse más y más de la ver-
dad, enredándose cada vez más en
las cadenas que debían ahogarle.
XLI
PASANDO LOS DÍAS
Habían pasado ya varios días y,
aun Luciano no había encontrado
oportunidad para hablar con Mag:
dalena, ni tampoco ,había podido
hablar 4 Cora á solas. Visitarla en
su cuarto era cosa imposible con la
vigilancia de su doncella, y más aún
desde que Cora, con alguna aspe-
reza, le había dicho que sus accto-
nes eran un tanto sospechosas.
Dos días después de haber entra-
do- Strong al servicio de la poco
agradecida Cora, una mujer angu-
losa, con aspecto de granadero, se
presentó á la entrada del servicio
anunciando que era la nueva don-
cella. Sin pérdida de tiempo fué
alojada en un cuarto cerca del de
Magdalena.
Los criados hacían toda clase de
comentarios. Incluso miss Arthur,
Percy y Davlin, llamaban á las dos
doncellas, respectivamente, «el gra-
nadero» y «el vestiglo».
Pero sólo Cora sabía que las dos
estaban mejor instruídas en el arte
de espiar que en las faemas del to-