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cador. Se encontraba vigilada con-
tinuamente. Magdalena ó Agar,
Strong ó Joliffe no estaban nunca
lejos. Y, no obstante, no había
abandonado aún su propósito de
fuga.
Una mañana Cora, mirando des-
de la ventana de su tocador, vió dos
hombres en el jardín. Preguntan-
do por lo que harían allí, Strong le
contestó:
—Joliffe me ha dicho que van á
construir un pozo. Miss Payne ha
decidido tener ung fuente entre
esos cedros y se van á poner á la
faena en seguida.
—¡Un pozo en invierno! No po-
drán excavar.
-—No excavan. Hacen un simple
agujero. Ha de ser una fuente, se-
ñora.
Pero, á despecho de la explica-
ción, Cora comprendió que la casa
- estaba tan bien guardada fuera co-
mo dentro.
-No sería de ningún resultado
advertir á Luciano ni á nadie aho-
ra—-pensó.-—Sólo serviría para en-
redar más la cosa.
Pero, sin embargo, no abandona-
ba sus propósitos de fuga.
Entonces pasó un tiempo de
prueba para la pobre Elena Art-
hur. Magdalena Payne, después
de dejar un par de días en paz á los
dos hombres, empezó á tender sus
redes. Conversaba con Percy, es-
cuchando con interés sus máximas,
sonriendo con aire de aprobación y
LA HIJA DEL DETECTIVE
cautivando enteramente á aquel
sensible caballero. Poco á poco fué
introduciendo á Luciano en la con-
versación, escuchándole con inte-
rés y prodigándole sonrisas.
Cora lo observaba todo y adivi-
naba lo que intentaba hacer. La sol-
terona miraba con expresión de su-
prema agonía cómo aquella hechi-
cera le robaba á su amado, quizás
en venganza de antiguos agravios.
En cambio, Luciano Davlin in-
terpretaba la cosa en su favor.
-—Es orgullosa y está aún resen-
tida—pensaba—y utiliza á Percy
como medio para acercarse á mi.
Por fin, Luciano llegó á impa-
cientarse y, no pudiendo contener-
se más, acudió á un recurso tan vul-
gar como inocente. Una noche,
mientras Magdalena se dirigía á su
cuarto, siguiendo á Cora, se acercó
á ella y deslizó un papel en su
mano,
Ella iba á tirarlo; su primer im-
pulso fué éste; pero Cora en aquel
momento se volvía, y su mano.se
cerró ocultando el papelito. Una
vez en su cuarto, lo desdobló, leyen-
do las palabras siguientes:
«Por amor de Dios, no me tortu-
res más. Me condenaste sin oirme.
Sé generosa como eres fuerte y be-
lla, y permíteme que te hable á so-
las para poderme defender.»
Media hora más tarde, Agar lla-
maba á la puerta del aposento de
Luciano. Al abrirla éste, puso en
NS