LA HIJA DEL DETECTIVE
nerse de los efectos del narcótico.
Poco después aparecía Magdalena.
Después de contemplar la escena
un instante, entró en el cuarto, ce-
rró la puerta y dijo con una risa
que hacía hervir la sangre en las
venas de Cora:
—¿De manera que ya estaba us-
ted cansada de nuestra compañía y
pensaba poder dejarnos? Desengá-
ñese usted, señora; no está en su
poder escapar de mis manos.
Y añadió volviéndose al hombre:
—Ha hecho usted bien, Morris.
Este trabajo lo encontrará más pro-
vochoso que excavar pozos. Puede
usted retirarse.
1 hombre saludó respetuosa-
mente y se marchó.
Entonces Magdalena se dirigió
á Joliffe.
Se quedará usted aquí lo que
resta de noche. Deje dormir á
Strong. No puede culpársela por
haber dejado escapar el pájaro. Su
cansancio la disculpa.
Volviéndose á Cora, que se había
dejado caer en una silla y miraba de
un lado á otro en silencio, le dijo
con la sonrisa en los labios:
-—No debe usted laborar «contra
sus propios intereses, señora Art-
hur. Si hubiese usted conseguido
escapar en el express de la noche,
¿sabe usted quién hubiera encon-
trádo esperándola á su llégada á la
ciudad ?
-—Tal vez un policía—replicó la
mujer furiosa.—Se me había olvi-
233
dado que es usted un galgo capaz
de guardar todos los caminos.
—Gracias; me hace usted dema-
siado honor. Sin embargo, no es un
policía á quien hubiera usted en-
contrado. Hay alguien más allí, an-
sioso de darle la bienvenida.
—¿De veras ?—repuso Cora sar-
cásticamente.—¿Y quién es?
—El viejo Verage.
Cora dió un salto en su silla.
—-Pero, ¿quién es usted?
—Una bruja—dijo la joven mo-
destamente.—Soy tan vieja como el
mundo, vuelo por los aires sobre
una escoba y nada escapa á mi vis-
ta, querida madrastra. Le aconsejo
descanse usted un poco, pues pron-
to será de día, y si no la viera en la
mesa á la hora del almuerzo, ten-
dría un disgusto,
Cora se puso la mano en el rojo
é hinchado carrillo diciendo:
—¿Puede usted pedirme que ba-
je á la mesa con esta cara?
—Ciertamente que no. Buenas
noches, mamá. Hubiera sido mejor
que se hubiese usted dejado arran-
car la muela por el doctor.
Y miss Payne se retiró, dejando
á la fugitiva abandonada á sus pra-
pias reflexiones,