Full text: La hija del detective

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XLIII 
EL DOCTOR ABRE LOS OJOS 
La señora Ralston fué recibida 
por Olivia Girard como una perso- 
ma de la familia. Existía una rara 
afinidad entre aquellas dos muje- 
res que habían sufrido tanto; pero, 
hasta ahora, no había completa con- 
fianza. La señora Ralston no sabía 
nada de los trabajos que se verifi- 
caban para libertar al esposo de la 
la dama, y Olivia no conocía del pa- 
sado de la señora Ralston más que 
lo que le había explicado Clara, 
que era, en realidad, muy poco. 
El doctor Vaughan se había con- 
vertido en un ardiente admirador 
de aquella señora grave, dulce y 
pálida, la cual, á su vez, sentía por 
él una profunda simpatía. 
Buena observadora de los senti- 
mientos humanos, la señora Rals- 
ton no tardó en descubrir en el ros- 
tro del joven lo que sentía por Cla- 
ra. Una vez descubierto esto, le es- 
tudió aún más atentamente, llegan- 
do pronto á la conclusión de que 
merecía ser amado por su gentil 
amiga. 
Pero Clara parecía molesta en 
presencia del doctor Vaughan. 
234 LA HIJA DEL DETECTIVE 
Siempre hacía lo posible para tener 
á su lado á su hermana ó á su amiga, 
como si temiera hallarse sola con él, 
y al mismo tiempo se observaba 
que estaba contenta en su presen- 
cia, una vez libre del temor de en- 
contrarse con él á solas. 
La señora Ralston  hallábase 
realmente confusa por aquella apa- 
rente contradicción, y hacía fervien- 
te propósito de intervenir á la pri- 
mera ocasión para juntar á aquellos 
dos seres, nacidos para amarse uno 
á otro y que permanecían separados 
por algo que desconocía. Y aquella 
oportunidad llegó más pronto de lo 
que esperaba. 
Un día, día destinado á vivir 
siempre en la memoria de los prin- 
cipales actores de nuestro extraño 
drama, la señora Ralston estaba 
sentada en el lindo escritorio de la 
señora Girard escribiendo una cat- 
ta á Mr. Lord. La rapidez y energía 
de aquel buen señor había burlado 
por completo al astuto detective y 
el peligro de ser descubierta había 
ya casi desaparecido para la señora 
Ralston, 
Había entrado en el escritorio 
por el salón, y como ambas habita- 
ciones estaban solitarias, dejó la 
puerta abierta. 
Una vez sentada, oyó abrirse la 
puerta del salón, y un crujido de 
faldas le anunció que llegaba algu- 
.na de sus amigas. La recién llegada 
se sentó al piano y se puso á totar 
suavemente como si temiera des- 
pertar á alguien. Por la música co-
	        
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