Y Ralston.
LA HIJA DEL DETECTIVE
por los demás. ¿Puede usted decir-
me á quién se refería? *
+ El se levantó como si un nuevo
pensamiento acudiera á su mente.
—Comprendo — exclamó; — de-
bía de referirse á una buena amiga
suya.
Pero no quiso pronunciar el nom-
bre que tenía en los labios.
—Esto basta—dijo la señora
Ahora voy á descubrir á
Clara, como ella ha descubierto á la
otra. ¿No comprende usted, loco,
que la joven le ama, pero que está
atacada de la quijotesca manía de
sacrificarse en favor de su amiga?
Piense usted en ello y no se des-
espere. Si esa otra á que Clara se
refiere es una verdadera mujer, no
le estaría muy agradecida por ofre-
cerle un corazón que no es libre.
dijo Cla-
—Es toda una mujer
rence con énfasis, —y tan querida
para mí como pudiera serlo una
hermana, pero... ;
—Entonces, que continúe siendo
una hermana—repuso la señora
Ralston con voz tranquila, —y no
pierda usted tiempo en persuadir á
Clara de que se está engañando á sí
misma queriendo ofrecer á esa jo-
ven, á la que tanto quieren todos,
una mano sin un corazón. Dice us-
ted que es toda una mujer. Si es
así, no olvidará nunca eso. Créame
usted, doctor Vaughan, hay cosas
más terribles que ésta.
La señora Ralston dió media
vuelta y se marchó lentamente,
237
Durante algunos momentos, Cla-
rence estuvo meditando. Cuando se
levantó, su rostro tenía una expre-
sión serena.
—¡Oh, cuán loco he sido!—de-
cía para sí—en no haber compren-
dido á esa querida joven. Ahora
debo tener paciencia y esperar.
En aquel instante entró Olivia.
—¿Doctor Vaughan, se encuen-
tra usted solo? Creí que Clara esta-
ba con usted.
Clarence, sin contestar á la pre-
gunta, se apresuró á decirle:
-—He venido corriendo para co-
municarle que he despedido á los
detectives.
Jarvis está, empero, aún á nues:
tra disposición en caso de necesl-
dad. Ha entregado á Davlin el re-
sultado de sus averiguaciones; bien
poca cosa por cierto.
—«¿Entonces, ahora todo depen»
de de Magdalena?
—Todo. 3
—¡Pobre Felipe! ¡Qué diría si
supiera que su suerte está en manos
de una simple muchacha!
—Si conociera á esa simple ma-
chacha como nosotros la conoce-
mos, sabría que el asunto no puede
estar en mejores manos,