Full text: La hija del detective

LA HIJA DEL DETECTIVE 245 
ta de su vida ó de mi fortuna sí es 
preciso. 
Acercó el rostro á los cristales de 
la ventana mirando cómo caía la 
nieve pausadamente. 
—¡ Hola! — exclamó. — ¿Quién 
es ese que sale con este tiempo? 
Parece ser... sí, en efecto, es 
Eduardo Percy. Es preciso averl- 
guar €s0, pues NU.es hombre pata 
exponerse sin motivo. 
Mientras Magdalena estaba en 
la ventana, Cora, oculta tras uno de 
los cortinajes del salón rojo, se ha- 
bía enterado de un secreto impor- 
tante. > 
Momentos antes había entrado 
en el salón. Encontrándose bien 
allí en aquella agradable tempera- 
tura, se acercó á una de las venta- 
nas mirando caer la nieve. En se- 
guida oyó pasos y se abrió la puer- 
ta. Cora, con un rápido movimien- 
to, se ocultó tras los cortinajes, 
quedando inmóvil y atenta. 
Los recién llegados eran miss 
¡Arthur y Eduardo Percy. Después 
de cambiar algunas palabras, 
Percy abandonó el salón siendo en- 
tonces cuando Magdalena le vió 
salir de la casa camino del pue- 
blo. 
Miss Arthur salió también, y Co- 
ra, subiendo rápidamente las esca- 
leras, llamó á la puerta de Magda- 
lena. 
Esta no pareció estar muy satis- 
fecha con la presencia de su ene- 
miga; pero Cora, sin preocuparse 
por la recepción, entró sin ninguna 
ceremonia. 
—He hecho un descubrimiento 
que espero ha de ser de interés pa- 
ra usted y voy á comunicárselo por- 
que usted puede desbaratar sus pla- 
nes. 
—£Su franqueza es de agradecer 
—dijo Magdalena irónicamente; 
adelante. 
—-Percy y la vieja solterona van 
á casarse secretamente mañana por 
la mañana. 
—¿Cómo lo sabe usted? 
Cora relató la conversación que 
había oído á los dos enamorados. 
—Se ha ido ahora al pueblo pa- 
ra arreglar este asunto—añadió Co- 
ra.—Ella irá luego y se encontra- 
rán en casa del cura. 
Magdalena se reía. 
—Esté usted tranquila. Cuidaré 
de evitar un paseo tan poco agrada - 
ble para la señorita. No tendremos 
boda por ahora. 
—-¡Qué sangre fría tiene usted! 
—exclamó Cora.—Si no fuera us- 
ted mi enemiga, debería admirarla. 
—No lo haga usted, se lo ruego 
—repuso la joven gravemente.— 
Me siento suficientemente humilla- 
da por tener que tratar con usted. 
Cora enrojeció de vergiienza. 
—Entonces debe usted también 
de sentirse humillada de que mi her- 
mano le haga la corte—murmuró, 
—Casi, casi—repuso la joven 
con tono indiferente. 
—Entonces, permítáme que le 
. 
A
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.