las nubes, inundando la naturaleza
de suave misticismo. El blanco
manto que cubría la tierra adqui-
ría reflejos argentinos, y las ramas
de los árboles brillaban como dia-
mantes.
De rodillas, con sus blancas ma-
nos apoyadas en el alféizar de la
LA HIJA DEL DETECTIVE 267
ventana, la gloria de aquel amane-
cer caía sobre ella como una bendi-
ción, iluminando sus dorados cabe-
llos, reflejándose en sus radiantes
pupilas, besando sus puras meji-
llas, derramando quietud, paz y es-
peranza en el corazón lacerado de
La Hija del Detective,
FIN