de
LA HIJA DEL DETECTIVE 33
nos convertiríamos en respetables
miembros de la sociedad. Admira-
ble proyecto. Pero, dejando esto
aparte, ¿qué te parece mi plan?
Ella tiró la colilla, y levantándo-
se se puso á pasear la habitación en
silencio.
Luciano silbaba suavemente al-
gunos trozos de su ópera favorita;
luego encendió otro cigarro y se
puso á contemplarla con los ojos
medio cerrados.
—Me parece
sentarse
más cerca.
El hizo una señal de asentimien-
to y esperó á que continuara.
—Pienso que el papel de viuda
me conviene por algún tiempo y
que mi «delicada constitución» re-
quiere descanso, y estudiaré el te-
rreno. Naturalmente que mi resig-
nación aumentará á medida que la
situación vaya siendo más intere-
sante.
—Lo que sucederá indudable-
mente—dijo él levantándose y di-
rigiéndose á la ventana.—El nego-
cio es de los mejores que se pre-
sentan; tú siempre realizas lo que
te propones. Lo cierto es, Cora—
continuó seriamente,—que ambos
hemos llevado.á cabo algunos deli-
cados negocios en la ciudad, que
han dado resultados excelentes.
Pero hay que tener cuidado en no
repetirlos con demasiada frecuen-
cia. Tu supuesto viaje á Europa ha
sido una idea excelente, que contri-
buirá al buen éxito de tu empresa.
dijo volviendo á
que debo ver la cosa de
LA IIJA.—3
Yo, por mi parte, renunciaré á mis
operaciones durante algún tiempo.
Este será nuestro cuartel general y
buscaremos nuevo campo para
nuestras empresas. Y ahora, se
acerca la mañana y es necesario que
preparemos tu victoriosa marcha.
Con palabra breve y concisa se
pusieron de acuerdo, conviniendo
en lo siguiente:
Al amanecer, Cora marcharía á
una estación de los arrabales y allí
tomaría el tren hasta una estación
intermedia entre la: ciudad y el lu-
gar de destino. Allí esperaría el
equipaje y la llegada de Luciano.
Juntos marcharían á Bellair apa-
rentando ser hermanos; la dejaría
allí bien instalada y partiría.
Aun no había amanecido cuando
una dama de maneras distinguidas
y con el rostro cubierto discreta-
mente con un velo, descendía de su
carruaje cerrado en una estación se-
cundaria y tomaba el tren.
Poco tiempo después, Luciano
Davlin hacía su reaparición en Be-
llair, enterándose con bien fingida
sorpresa de la desaparición de la
hijastra de Juan Arthur, sin desper-
tar la menor sospecha de que tuvie-
ra ninguna relación con su escapa-
toria. En rigor, sólo la vieja Agar
estaba enterada de sus frecuentes
encuentros en el bosque. Los de-
más, poca cosa sabían.
Así, Cora Weston, en su nuevo
papel de viuda desconsolada, apar-
tada del trato vulgar, no se enteró
de la huída de Magdalena; y cuanda