70 LA HIJA DEL DETECTIVE
—-No comprendo por qué miss
Arthur, necesita una doncella-—ob-
servó Mr. Davlin dirigiéndose á los
demás;—-sus toileltes son siempre
perfectas.
Entretanto miss Arthur protes-
taba satisfecha del cumplido, la se-
ñora Arthur desaparecía tras un pe-
riódico, y Mr. Arthur, abandonando
por, un momento los tristes pensa-
mientos que le afligían, dijo brusca-
mente:
—¿Miss Arthur necesita una
doncella? ¡Cómo! ¿una doncella
francesa en una casa de campo?
¡Qué locura!
Miss Arthur miró á su hermano,
exclamando algo inquieta:
—Eso es lo que he pensado ha-
cer, Juan.
Y volviéndose á Mr. Davlin,
añadió: 7
-—Es difícil pasarse sin doncella,
estando una acostumbrada á te-
nerla.
—Lo supongo así.
—Y ésta llega tan bien recomen-
dada, ¿sabe usted ?, por las señoras
Overman y Grosvenor, que hubiera
sentido perderla. Sin duda habrá
oído usted hablar de estas damas,
en sociedad, Mr. Davlin.
—¡Oh!, ciertamente—dijo en al-
ta voz, añadiendo aparte:—nunca,
—¿Y cuál es el nombre de la
doncella ?—continuó Luciano,
-—Su nombre—dijo mirando la
carta—es Celina Leroque, francesa
al parecer.
«—Indudablemente,
—Hágale usted callar, miss Ar-
thur—exclamó Cora, graciosamen-
tc, —pues sin duda va á preguntarle
si es guapa, si le deja abrir la boca
de nuevo.
Miss Arthur le dirigió una mira-
da recelosa.
-—Como no la he visto, no podría
contestarle
-No haga usted caso de mi her-
dijo Davlin tranquilamen-
repuso secamente.
mana
fe, acercando su taza;—Cora, haz-
me el obsequio de un poco más de
chocolate.
Hizo una pequeña pausa y prosi-
guió diciendo:
Encontré á la señora Grosve-
nor en una playa, hace dos años.
Sus loileltes eran una maravilla y
ella repetía siempre que todo el mé-
rito correspondía á su doncella que
era «un prodigio del arte francés»;
éstas eran sus palabras. Supongo
que será la misma...
—Y o también lo espero-—añadió
miss Arthur,
—Y yo deseo con fervor que no
lo sea —gruñó su hermano, que
aquel día estaba decididamente de
mal humor y aprovechaba todas las
ocasiones para regañar.
En este punto se hallaba la con-
versación, cuando se abrió la puerta
y una muchacha dijo, dirigiéndose
á Mr. Arthur:
—Una anciana señora que dice
llamarse Agar, desea ver á usted.
El amo se sobresaltó visiblemen-
te, y su rostro se puso pálido.
-—Mándala á paseo. No quiero