89 . LA HIJA DEL
La mujer le contemplaba en si-
lencio, y al cabo de un instante se
dejó caer sobre un sofá, presa de
violenta. risa. Lo comprendía ya
todo.
-Así, pues, ¿eres tú el esperado
amante?—exclamó sin dejar de
reir; —y entretanto, ella está arriba
esperándote compuesta.
—Y yo estoy aquí abajo pidien-
do permiso para hablar con esa per-
la de Oriente.
Cora se levantó, arreglándose el
chal sobre sus hombros.
—¿Y qué relación ha de haber
entre nosotros? — preguntó fría-
mente.
--Mi dulce Alicia, si fueras la
viuda de Mr. Arthur en lugar de su
esposa, nos parecería que los diez
años transcurridos no han sido más
que un sueño.
—Ciertamente, con tal que fue-
ra á la vez la heredera de Mr. Juan
Arthur. :
— ¡Claro!
—«¿Y cómo es que vas de nuevo
á.caza de una fortuna? Hace cinco
años, heredaste bastante dinero pa-
ra pasar á cubierto el resto de tus
días.
El elegante Mr. Percy hizo una
mímica expresiva simulando los
movimientos del que tiene en las
manos una baraja.
—¿Todo?—preguntó ella como
si la acción hubiese sido un dis-
Curso.
—Hasta el último céntimo—re-
DETECTIVE
puso solemnemente.—Por cierto
que tengo una suerte perra.
Cora hizo una mueca y se echó ú
reir de nuevo.
—Después de todo, encontrarás
un amigo en la adversidad —dijo.—
No me interpondré entre tú y miss
Arthur, puedes estar tranquilo.
Entonces ambos se pusieron á
estudiar el plan que iban á poner
en práctica para rendir el corazón
de miss Arthur, hablando de paso
de otras bagatelas que se presenta-
ban en el curso de la conversación.
Ambos habían dejado su aire de
hostilidad y estaban sentados uno
frente á otro conversando ami-
gablemente, cuando se abrió la
puerta y apareció miss Arthur; miss
Arthur en toda la gloria de su es-
pléndido tocado; miss Arthur res-
plandeciente con su traje de blanco
casimir con guarniciones doradas.
Los dos conspiradores se levan-
taron saludando efusivamente á la
recién llegada.
Miss Arthur avanzó un paso y se
apoyó en el gran sillón de brazos
con una mano aun én la puerta.
Percy se dirigió á ella tendiéndole
las manos.
¡Eh! ¡eh!—exclamó la solte-
rona.—¿Qué es esto?
Volvióse rápidamente, no viendo
nada más que su doncella francesa
que debía de haber llegado corrien-
do, puesto' que respiraba fatigosa-
mente, faltándole casi el aliente pa-
ra decir: ..
- —Pardon, mademoiselle.
¿Ha
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