it
o
> due A
LA HIJA DEL DETECTIVE 91
de opinión, Agar se prestó á des-
empeñar su papel en el drama que
se aproximaba. Celina le contó por
último sus aventuras de aquel día,
añadiendo para terminar:
—Y a ve usted, pues, tía, que de-
bo darme prisa y enviar el mensaje
de la señora á su destino. Usted
queda encargada de decirme si
Mr. Davlin viene mañana á Bellair,
pues tengo el presentimiento de
que la señora se arreglará de ma-
nera que su hermano no entre en
casa, puesto que estaba convenido
que no debía volver hasta que su
hermana estuviera enferma y en
:ama.
—Puedo averiguar fácilmente si
se apea en la estación de Bellair.
—Muy bien. Eso es todo lo que
deseo saber. Más tarde tengo que
hablar con Mr. Percy. Así, pues,
buenas noches, tía, y que descanse.
El tiempo vuela.
Y los peligros se acercan; que
Dios nos proteja.
La joven se volvió hacia ella con
ojos brillantes.
—¿ Tiene usted miedo? ¿Quiere
usted abandonar la empresa?
-Tengo miedo por ti, pero
abandonar la empresa, ¡nunca!
—¡ Valiente viejecita!
-La joven echó los brazos al cue-
llo de la anciana y la besó en ambas
mejillas.
—No tema usted nunca por mí;
la suerte está á mi lado. No olvide
Usted su misión, tía. Buenas no-
Ches,
La muchacha echó á andar rápi-
damente, y Agar cerró con cuidado
la puerta tras sí,
XVI
CARA Á CARA
Es sorprendente observar los pre-
textos que imagina una resuelta
solterona que anda á caza de mari-
do para retener á su lado á su víc-
tima, por más que su pensamiento
esté ya muy lejos de allí y el fasti-
dio se refleje én su rostro.
Eduardo Percy era capaz de ha-
cerse agradable á una mujer fea du-
rante un espacio razonable de tiem-
po, pero se sentía el hombre más
desgraciado del mundo cuando, ya
muy tarde, decía «buenas noches»
por centésima vez á su esclavizadora
en el sentido literal de la palabra.
Cuando la puerta de Oakley se ce-
rraba tras él, lanzaba un suspiro de
satisfacción y echaba á andar rápi-
damente por la desierta avenida.
Aquella noche, como dé costum-
bre, llegado á los primeros árboles
que le ocultaban á la vista de la in-
fatuada vieja, sacó un cigarro, é iba
á encenderlo, cuando una mano se
apoyó ligeramente en su brazo. Se
volvió pensando confusamente que
era la vieja solterona que le había
seguido para hacerle prisionero, pe-