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106 JULIO VERNE k
Los europeos pasaron la noche en el bosquecillo, junto
a una hoguera que el bushman alimentó cuidadosamen- ]
te. Oyéronse los aullidos de algunas fieras, circunstancia
que no era la más a propósito para tranquilizarles sobre
la suerte de Nicolás Palander; era lo más probable que
no pudiesen salvar a aquel sabio, extenuado, hambriento,
transido de frío y expuesto a los ataques de las hienas que
abundan en aquella parte del Africa, y esta idea les tenía
a todos preocupados. Los compañeros del infortunado Pa-
lander pasaron largas horas discutiendo, formando pla-
nes y buscando medios para encontrarle. En aquel Caso,
los ingleses dieron pruebas de una solicitud y abnegación
que, a pesar de todo, conmovieron a Mateo Strux. Se de-
cidió que babían de encontrar a todo trance al sabio ruso,
aunque para ello tuviesen que aplazar indefinidamente
las operaciones trigonométricas.
Finalmente, después de una noche cuyas horas pare-
cieron siglos, despuntó la aurora. Ensillaron rápidamente
los caballos, y emprendieron de nuevo las pesquisas en
un radio más extenso. El perro se había adelantado y la
caravana siguió tras él.
A medida que avanzaban al Nordeste, el coronel Eve-
rest y sus compañeros recorrían una región muy húmo-
da; los riachuelos, aunque pequeños, eran numerosos ;
los vadeaban fácilmente, procurando guardarse de los co-
codrilos, gue entonces vió sir Juan Murray por vez pri-
mera. Eran reptiles de tan gran tamaño, que algunos te-
nían de veinticinco a treinta pies de longitud, animales
temibles por su voracidad, y de los cuales es muy difícil
huir en las aguas de los ríos o de los lagos. El bushman,
que no quería perder el tiempo persiguiendo a aquellos
saurios, evitaba su encuentro dando algunos rodeos, y
ria