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AVENTURAS 107
contenía a sir Juan, siempre dispuesto a dispararles un
balazo. Cuando alguno de aquellos monstruos asomaba
entre las altas hierbas, los caballos tomaban el galope, li-
brándose fácilmente de su persecución. Veíaseles a doce-
nas en los grandes estanques formados por el desborda-
miento de los ríos, sacando la cabeza fuera del agua, de-
vorando alguna presa a la manera de los perros, es decir,
triturándola a bocados pequeños entre sus temibles man-
díbulas.
Mientras tanto, continuaban los exploradores sus pes-
quisas sin gran esperanza, unas veces por frondosos bos-
ques difíciles de registrar, y otras por llanuras cruzadas
por multitud de arroyos, reconociendo el suelo, exami-
nando los vestigios más insignificantes, como alguna ra-
ma desgajada a la altura de un hombre, una mata recien-
temente pisada o una huella casi borrada y cuyo origen
ora imposible conocer, sin conseguir ponerse sobre la pis-
ta del desventurado Nicolás Palander.
Hallábanse-ya a unas diez millas al norte de su último
campamento, y estaban a punto de regresar al Sudoeste
siguiendo el consejo del cazador, cuando de pronto el pe-
rro dió muestras de agitación, ladrando, moviendo la cola
ftrenéticamente, alejándose algunos pasos con las narices
pegadas al suelo, o volviendo al mismo sitio, atraído por
alguna emanación particular.
—Coronel — exclamó entonces el bushman—, el perro
ha olfateado algo. ¡ Ah! ¡qué animal tan inteligente! Ha
dado con la pista de la caza, digo, del sabio a quien esta-
mos buscando. Dejémosle, dejémosle hacer.
—$í — dijo sir Juan Murray—, está sobre la pista.
¡ Oyen ustedes esos ligeros gruñidos? No parece sino que
está monologando, que procura formar un plan. Daría