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AVENTURAS 117
roces y quizá menos valientes; es una cuestión de estó-
mago. También es cuestión de lugar; porque son más tí-
midos en los sitios donde el hombre los persigue, pero
aquí, en país salvaje, tendrán todas las ferocidades del
salvajismo. Recomiendo a ustedes también que calculen
bien las distancias antes de disparar. Dejen que el ani-
mal se acerque, no disparen sino con seguridad y apun-
tando al brazuelo. Dejaremos nuestros caballos atrás,
porque se espantan delante del león y comprometen al
jinete. Combatiremos a pie, y cuento con que no les falta-
rá a ustedes la serenidad.
Los compañeros del bushman escucharon silenciosa-
mente los consejos del cazador. Mokum era entonces el
hombre paciente de las cacerías. Sabía que era asunto
grave, porque si el león no se arroja ordinariamente sobre
el hombre que pasa sin provocarlo, su furor llega a un
altísimo grado cuando se ve atacado. Entonces es una fie-
ra terrible dotada de flexibilidad para saltar, de fuerza
para romper y de cólera que tan formidable lo hace.
Por eso el bushman recomendó a los europeos que con-
servasen su sangre fría, y sobre todo a sir Juan, que se
dejaba arrebatar por su audacia.
—Dispare a un león — le dijo — como si tirase usted a
una perdiz, sin otra emoción, Todo consiste en esto.
Y así es en efecto, Pero, ¡quién, no estando aguerrido
por la costumbre, puede responder de conservar la sere-
nidad delante de un león ?
A las cuatro de la mañana, los cazadores, después de
haber atado bien sus caballos en, medio de un tupido ta-
llar, abandonaron aquel sitio, No amanecía aún, y algu-
nos matices rojizos se agitaban entre las brumas del Este.
La obscuridad era profunda.