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118 * JULIO VERNE
El bushman recomendó a sus compañeros que inspec-
cionasen las armas. Sir Juan Murray y él, armados con
carabinas que se cargaban por la recámara, no tuvieron
más que introducir un cartucho metálico y ver si la agu-
ja funcionaba bien. Miguel Zorn y Guillermo Emery te-
nían rifles rayados y renovaron los pistones que hubie-
ran podido humedecerse durante la noche. En cuanto a
los tres indígenas, estaban provistos de arcos de áloe, que
manejaban con gran destreza. Más de un león había ya
caído bajo sus flechas.
Los seis cazadores, formando un grupo compacto, se
dirigieron hacia el desfiladero cuyas inmediaciones ha-
bían sido reconocidas la víspera. No pronunciaron uba
sola palabra y se deslizaban entre los troncos de árboles,
como los pieles rojas por la maleza de los bosques.
No tardó el grupo en llegar a la estrecha garganta que
formaba la entrada de un desfiladero abierto entre dos
muros de granito, que conducía a las primeras pendien-
tes del contrafuerte. En este desfiladero, a mitad de cami-
no, en una porción ensanchada por un desmoronamiento,
se hallaba la guarida de los leones. El bushman tomó las
disposiciones siguientes : sir Juan Murray, uno de los in-
dígenas y él, debían adelantarse solos arrastrándose por
las aristas superiores del desfiladero, donde los dos jóve-
nes europeos y los dos buchmanos debían recibirlos a ti-
ros y flechazos.
El paraje se prestaba muy bien para esta maniobra.
'Allí se elevaba un enorme sicomoro que dominaba el ta-
llar cercano y cuyas ramas ahorquilladas ofrecían un
puesto seguro adonde no podrían alcanzar los leones. Sa-
bido es que estos animales no tienen, como sus congéne-
res de la raza felina, la facultad de trepar a los árboles.