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178 JULIO VERNE
Las carretas, las tiendas, todo desapareció bajo aque-
lla granizada viviente. La masa de insectos tenía varios
pies de altura. Los ingleses, metidos hasta media pierna
en aquella densa capa de langostas, las aplastaban a cen-
tenares a Cada paso, pero, ¿qué significaba esto dado el
inmenso número de insectos ?
Y, no obstante, éstos tenían en su contra muchas cau-
sas de destrucción. Las aves se precipitaban sobre ellos
lanzando gritos roncos y los devoraban con.avidez; las
serpientes, atraídas por aquel cebo fresco, se metían por
debajo de la masa y absorbían cantidades enormes : los
'aballos, los bueyes, las mulas, los perros se atracaban de
ellos con indecible satisfacción ; los leones, las hienas, los
elefantes, los rinocerontes sepultaban en sus grandes es-
tómagos fanegas enteras de dichos ortópteros. Por últi-
mo, los buchmanos, que eran muy aficionados a aquellos
camarones del aire, los comían como si fueran un maná
llovido del cielo. Pero su número se sobreponía a todas
estas causas de destrucción, y hasta a su propia voraci-
dad, porque estos insectos se devoran entre sí.
A instancias del bushman, los ingleses probaron aquel
alimento que les caía del cielo. Hirvieron algunos milla-
ros de langostas condimentadas con sal, pimienta y vi-
nagre, habiendo tenido cuidado antes de escoger las más
jóvenes, que son verdes y no amarillentas, y, por lo tanto,
menos Coriáceas que las viejas, algunas de las cuales te-
nían cuatro pulgadas de longitud. Aquellas langostas jó-
venes, del tamaño del cañón de una pluma, y de 15 a 20
líneas de largo, son para los aficionados un bocado exqui-
sito cuando todavía no han puesto sus huevos. Así que
hubieron cocido media docena, el bushman sirvió a los in-
gleses un apetitoso plato de langostas. Estos insectos, sin