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matas y las hierbas altas sin poder hallar ningún animal
algo comestible. Las aves mismas, perturbadas en su re-
tiro, habían ido a buscar mejor refugio entre los bosques
de la ribera. El honorable cazador estaba muy disgusta-
do, porque entonces no cazaba pot placer, sino pro domo
sua, si es que estas palabras latinas pueden aplicarse al
estómago de un inglés. Sir Juan, dotado de un apetito
sorprendente, imposible de satisfacerse con un tercio de
ración, padecía un hambre verdadera. Sus colegas aguan-
taban mejor la abstinencia, ya porque su estómago fuera
menos imperioso, ya porque, a ejemplo de Nicolás Pa-
lander, pudieran reemplazar al biftec tradicional con una
o dos ecuaciones de segundo grado. En cuanto a los ma-
rinos y al bushman, tenían hambre como sir Juan. Aho-
ra bien, la pequeña reserva de víveres tocaba a su térmi-
no, y con un día más, todo alimento quedaría consumido,
de modo que si la expedición del foreloper se atrasase en
su marcha, la guarnición del fortín se vería reducida al
último extremo.
Toda la noche del 27 al 28 de febrero se pasó en obser-
vaciones. La obscuridad pura y serena favorecía singu-
larmente a los astrónomos ; pero el horizonte permaneció
oculto entre las negras tinieblas; ninguna luz se destacó
sobre su perfil. Nada apareció en el objetivo del anteojo.
Verdad es que apenas había transcurrido el plazo mí-
nimo, concedido a la expedición de Miguel Zorn y de Gui-
llermo Emery. Sus colegas no podían hacer, pues, otra co-
sa que armarse de paciencia y aguardar.
Durante la jornada del 28 de febrero la pequeña guar-
nición del Scorzef comió el último trozo de carne y de ga-
lleta; pero la esperanza de los animosos sabios no se de-
bilitaba aún, y aunque debieran alimentarse de hierbas,
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os.