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238 JULIO VERNE
cuidado los objetos que roban. Los registros no son comi-
bles y, si encontramos el ladrón, los recobraremos.
El consejo era bueno: un asomo de esperanza que el
bushman había transmitido y era necesario que no se per-
diera. Nicolás Palander, al oír esta proposición, se reani-
mó. Otro hombre apareció en él. Arregló los jirones que
le cubrían, aceptó la chaqueta de un marinero, el sombre-
ro de otro, y se declaró dispuesto a guiar a sus compañe-
ros al teatro del crimen.
Aquella misma tarde se modificó el itinerario, con arre-
glo a la dirección indicada por el calculista, y los expedi-
cionarios se dirigieron más en derechura hacia el Oeste.
Ni aquella noche, ni el día que siguió, dieron favorable
resultado. En ciertos parajes y por algunas huellas deja-
das en tierra o en la corteza de los árboles, el bushman
y el foreloper reconocieron el reciente paso de los cinocé-
falos. Nicolás Palander aseguraba que había tenido que
luchar con una docena de estos animales. Pronto se ad-
quirió la certeza de que se les seguía la pista y se marchó
entonces con suma precaución, ocultándose a cada ins-
tante, porque los babuinos son unos seres sagaces, inteli-
gentes y no dejan arrimarse fácilmente. El bushman no
esperaba buen éxito de la exploración, sino sorprendien-
do a los chacmas.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, uno de los
marineros rusos que se había adelantado, descubrió, si no
al ladrón, al menos a uno de sus cómplices, y retrocedió
con prudencia.
El bushman hizo hacer alto. Los europeos, decididos a
obedecerle en todo, aguardaron sus instrucciones. El bush-
man les rogó que se quedasen en aquel paraje, y lleván-
dose a sir Juan y al foreloper, se encaminó a la parte del