26 JULIO VERNE
gaño, desde ese punto a Lattakú los cursos de agua son
navegables para una nave de poco calado.
—Sin duda, coronel — respondió el astrónomo—; pero
este barco de vapor es tan pesado...
—Señor Emery — interrumpió el coronel Everest—,
este barco es una obra maestra salida de los talleres de
Leard y Compañía de Liverpool. Se desmonta pieza por
pieza y se vuelve a armar con suma facilidad. Con algu-
na llave y algunos destornilladores no se necesita más.
¿Ha traído usted un carro a las caídas del Morgheda?
—SÍ, mi coronel —respondió Guillermo Emery—. Nues-
tro campamento no dista una milla de aquí.
—Pues bien, suplico al bushman que haga traer el ca-
rro al punto de desembarque. Se cargarán en él las piezas
de la embarcación y la máquina, y nos iremos por arriba
al paraje donde el Orange vuelve a ser navegable.
Las órdenes del coronel Everest se ejecutaron. El bush-
man desapareció por el tallar después de haber prometi-
do volver en menos de una hora. Durante su ausencia, se
procedió a la descarga del barco, lo cual fué fácil, porque
el cargamento se componía únicamente de algunos cajo-
nes de instrumentos físicos, una colección respetable de
fusiles de la fábrica de Purdey Moore de Edimburgo, al-
gunos barriles de aguardiente y de cecina, cajas de mu-
niciones, valijas reducidas al más estrecho volumen, lona
para tiendas y otros utensilios que parecían salir de un
bazar de viaje, así como una canoa de gutapercha cuida-
dosamente plegada, algunos objetos de campamento, et.-
cétera, etc., y por último, una especie de ametralladora
en forma de abanico, máquina de guerra poco perfeccio-
nada aún, pero que debía hacer muy temible la embarca-