a — IR
AVENTURAS 51
tos, y cada uno de nosotros se aprovecha de los esfuerzos
de todos. Pero, si las apreciaciones de usted son justas,
como así lo creo, convendrá, mi querido Zorn, en que eso
es perjudicial para nuestra expedición, pues necesitamos
que reine entre todos la mejor inteligencia a fin de que
salga bien una operación tan delicada.
Es indudable — replicó Zorn—; pero mucho me te-
mo que esa inteligencia no exista. Figúrese usted cuál se-
ría la marcha de nuestros trabajos, si cada detalle de la
operación, la elección de base, el método de los cálculos,
la designación de estaciones, y la comprobación de las ci-
fras obtenidas originara a cada paso una nueva discu-
sión. O mucho me equivoco, o preveo continuos choques
cuando se trate de compulsar nuestros respectivos apun-
tes y de consignar las observaciones que nos hayan per-
mitido avreciar hasta cuatro cienmilésimas de toesa.
—Me asusta usted, amigo Zorn — respondió Imery—.,
Sería una cosa muy triste haber venido tan lejos para
fracasar por falta de armonía en una empresa de esta ín-
dole. Dios quiera que no se realicen sus temores.
—¡Ojalá! — respondió el joven astrónomo ruso—;
pero, lo repito, durante la travesía he sido testigo de cier-
tas discusiones de métodos científicos que prucban que
tanto el coronel Everest como su rival son tercos. Pero en
el fondo esto no es más que una miserable envidia.
Pero esos dos señores no se separan — observó Gui-
llermo Emery—; jamás se les ve aislados; son insepara-
bles, más inseparables que nosotros dos.
—$í — contestó Miguel Zorn—, no se separan mientras
dura el día, pero no cambian ni diez palabras : se vigilan,
se espían ; y si uno no consigue anular al otro, trabajare-
mos en condiciones muy deplorables.