4
4
84 JULIO VERNE
llar la llegada de los paquidermos, deduciendo, en vista
de otras huellas, que los elefantes formaban una manada
que acudía a mitigar su sed en el pantano, Los dos caza-
dores iban armados de carabinas rayadas, de balas ex-
plosivas, y hacía una media hora que estaban en acecho,
silenciosos e inmóviles, cuando vieron que se agitaba el
espeso ramaje a cincuenta pasos de la charca.
Sir Juan preparó al punto el arma; pero el bushman
le contuvo indicándole con un ademán que moderase su
impaciencia,
No tardaron en aparecer grandes sombras ; olase cómo
se separaba el ramaje a impulsos de una presión irresis-
tible ; las ramas crujían, los matorrales aplastados crepi-
taban en el suelo, y por entre los árboles pasaban estre-
pitosos resoplidos. Era la manada de los elefantes, com-
puesta de media docena de esos gigantescos animales,
casi tan grandes Como sus congéneres de la India, que se
acercaban a la charca con lento paso.
Como iba aclarando el día, sir Juan pudo admirar
aquellos poderosos animales, llamándole especialmente
la atención uno de ellos, que era un macho de enorme ta-
lla. Su ancha frente convexa se desarrollaba entre desco-
munales orejas que le colgaban hasta la parte inferior del
pecho. La penumbra aumentaba sus dimensiones colosa-
les. Aquel elefante alargaba vivamente su trompa por en-
cima del ramaje, y golpeaba con sus corvos colmillos los
gruesos troncos de los árboles que gemían al choque. Qui-
zás presintiera el animal un peligro inmediato.
El bushman se acercó a sir Juan Murray y le dijo al
oído :
—¡ Le conviene ése ?
El inglés hizo un ademán afirmativo.