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ictericia
AVENTURAS 87
cuer de rodillas junto a un charco medio oculto entre las
hierbas. Allí, absorbiendo el agua con su trompa, se puso
a rociar sus heridas lanzando quejidos lastimeros.
Entonces se presentó el bushman.
—¡ Ya es nuestro ! ¡ ya es nuestro! — exclamó Mokum.
En efecto, el enorme animal estaba herido mortalmen-
te; seguía bramando lastimeramente ; su respiración era
un silbido; apenas podía agitar la cola, y su trompa, as-
pirando su propia sangre que formaba un charco junto
a él, rociaba las malezas con una lluvia rojiza. Luego le
faltaron las fuerzas, se tumbó y quedó muerto.
Entonces sir Juan salió de la espinosa espesura casi
desnudo, pues su traje de caza estaba hecho jirones, pero
aun a costa de su pellejo habría pagado su triunfo de ca-
zador.
—¡ Soberbio animal, bushman! — exclamó examinan-
do el cadáver del elefante—; soberbio animal, aunque de
excesivo peso para el zurrón de un cazador.
—No importa — contestó Mokum—. Le haremos peda-
zos aquí mismo, y tan sólo nos llevaremos los mejores.
¡ Mire usted qué colmillos! Cada uno pesa lo menos vein-
ticinco libras, que a cinco chelines la libra, representa
una cantidad muy regular.
El cazador hablaba mientras despedazaba el animal.
Le cortó los colmillos con su hacha, y se contentó con se-
parar los pies y la trompa, que son los pedazos más esco-
gidos, y con los cuales se proponía presentar un buen pla-
to a los individuos de la comisión científica. Esta opera-
ción exigió algún tiempo, de suerte que no volvieron al
campamento antes del mediodía.
Una vez allí, el bushman coció los pies del gigantesco
animal, según la usanza africana. enterrándolos en un