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AVENTURAS 7
El bushman de que hablamos tenía unos cuarenta
años de edad; era hombre de elevada estatura y poseía
evidentemente poderosa fuerza muscular. Aun descan-
sando, su cuerpo ofrecía la actitud de la acción. La sol-
tura, la facilidad y la libertad de sus movimientos deno-
taban un individuo enérgico, especie de personaje vacia-
do en el molde del célebre Bas-de-Cuir, héroe de las pra-
deras canadienses, pero con menos calma quizá que el ca-
zador favorito de Cooper. Revelábase todo esto por el
ligero color de su rostro animado por la celeridad de los
latidos de su corazón.
El bushman no era ya un salvaje como sus congéneres
los antiguos saguas. Hijo de padre inglés y madre hoten-
tote, aquel mestizo había ganado mucho en su trato con
los extranjeros y hablaba correctamente el idioma pater-
no. Su traje, mitad hotentote, mitad europeo, componía-
se de una camisa de franela encarnada, una casaca y unos
calzones de piel de antílope y polainas hechas con la
piel de un gato montés. Pendía de su cuello un sa-
quito que contenía un cuchillo, la pipa y tabaco, y
cubría su cabeza con cierta especie de casquete de piel de
'arnero. Oprimía su talle un cinturón de gruesó cuero sin
curar, y ostentaba en las muñecas unas pulseras de mar-
fil labradas con admirable habilidad. Ondeaba sobre sus
espaldas un lross, especie de capa formada con la piel de
un tigre y que bajaba hasta las rodillas. A su lado dormía
un perro de raza indígena. El bushman fumaba con aspi-
raciones repetidas en una pipa de hueso, y daba manifies-
tas señales de impaciencia.
—Vamos, ten calma, Mokum — le dijo su interlocu-
-tor—. Cuando no cazas, eres el más impaciente de los hom-
bres; pero ten en cuenta, mi buen compañero, que nada