EL PROCESO LEROUGE 11)
Tanta era su consternación, que el magistrado se compa
deció.
—Tranquilizaos, señor Tabaret — le dijo, — no men:
tiré, pero haré de modo que vuestro amigo o hijo adoptivo,
vuestro Benjamín, ignore todo lo referente a vos; le hart
creer que he llegado hasta él por papeles hallados a la viuda
Lerouge.
El buen hombre, lleno de alegría, tomó la mano del juez
y la llevó a sus labios.
—¡0h ! gracias, gracias — murmuró ;—sois bueno y com-
pasivo. Ahora, si me permitís acompañar a vuestros delega-
dos cuando vayan a detener al Vizconde, me haréis un ser-
vicio; creo necesario recoger sus primeras impresiones, ha:
cer el primer inventario...
—¡Era un favor que deseaba pediros!
La luz de las bujías iban palideciendo, porque la del día
penetraba por las ventanas; a lo lejos se oía ya el ruido de
los carruajes matinales, los gritos de los vendedores, y, en
una palabra, París empezaba a despertarse.
—No tengo tiempo que perder—prosiguió el señor Dabu-
ron--si he de arreglarlo todo; tengo que ver al procurador im-
perial, y le despertaré si es preciso; iré directamente al pala-
cio de Justicia a las ocho, y necesito que estéis allí a esa hora.
El padre Tabaret dió las gracias inclinándose, a tiempo
que se presentaba el criado del juez. .
—Señor — dijo, — este pliego acaba de traer un gendar-
me de Bougival. Espera vuestra contestación en la antecá.-
mara.
—Muy bien; decid a ese hombre si necesita algo, y dadle
un vaso de vino.
Y rasgó el sobre del despacho.
— ¡Calle! — dijo; —es de Gevrol.
Y leyó así:
«Tengo el honor de notificaros que estoy en camino de
descubrir al hombre de los aretes; me han dado noticias
de él en un almacén de vinos, donde entró el domingo por
la mañana, después de haber salido de la casa de la viuda
Lerouge. Empezó por comprar y pagar dos litros de vino.
Después añadió: «¡Qué imbécil soy!» Olvidaba que «es
hoy la patrona del barco». Y volvió a pedir otros tres litros.