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EL PROCESO LEROUGE 135
Desapareció entonces en un momento la ceremoniosa
etiqueta a que vivían sujetos aquellos dos hombres y
reinó la más efusiva expansión. El Conde sentíase orgus
lloso de aquel h'jo, en el cual reconocía las dotes caballe:
rescas de sus ascendientes.
Largo rato permanecieron padre é H'jo con las manos
entrelazadas, sin que el uno ni el otro tuvieran fuerza
para pronunciar ni una sola palabra.
Por fin el anciano volvió a tomar asiento en su sillón
blasonado.
—Os ruego que me dejéis, Alberto —muimuró el
anciano; —tengo necesidad de poner en orden mis ideas,
de estar solo, de ir heb tuándome a este terrble golpe.
Y cuando el joven hubo salido, murmuró, respondien-
do a sus más íntimos pensamientos:
— ¡Dios mío! ¿Qué será de mí si me abandona? ¿Cómo
es posible amar al otro tanto como a é te?
El semblante de Alberto cuando salió de la habita-
ción de su padre revelaba los más atroces sufrimientos,
y los criados ante quienes pasó, lo notaron doblemente,
porque habíanse dado cuenta de que entre el padre y el
hijo había hab'do una querella.
— Vamos—d jo uno de los criados más antiguos; —
el señor Conde habrá dado una severa reprimenda al
señorito. Ese viejo tiene el diablo en el cuerpo.
— Ya observé que durante la comida se iba formando
la tempestad —añadió otro de los criados; —el señor Conde
ha: ía todo lo pos ble por no hablar delante de nosotros,
pero sus ojos centelleaban.
— ¿Qué puede haber pasado entre ellos?
— ¡Qu én sabe! Una futesa, seguramente. Dionisio,
ante el cual no se ocultan para hablar, me ha dicho que
a veces pasan horas enteras disputando por una nonada,
Y eso que el señor Vizconde es un modelo de prudencia,
tan modoso para dar sus órdenes, de tan buenas costum-
bres... en fin, el señor Conde no tiene motivos para e:tar
quejoso.
En esta opinión tenía la servidumbre al Vizconde, y
es de tener en cuenta que los criados rara vez tienen en
estima a sus amos.
El vizconde de Commarin no pertenecía al número