F
:
|
PF
F
|
|
EL PROCESO LEROUGE 187
cer, y las dejaba en seguida. No hallaba diversión en pasar
las noches barajando cartas y esperando de ellas emocio-
nes opuestas; ni gustaba de las mujeres fáciles, que sólo
buscan un nombre más que añadir al carro de sus triun-
fos... y tampoco era inclinado a derrochar grandes sumas
en caballos, ni a cruzar apuestas de alguna importancia
en las carreras.
La ociosidad, empero, le fastidiaba, y trató de dar un
empleo a su vida: como entraba en sus propósitos tomar
parte algún día en los negocios públicos, y había censurado
tantas veces la ignorancia de los que a ellos se dedic aban,
consagróse al estudio de la política, y de aquí nacían casi
todas las rencillas que tenía con su padre.
El Conde se estremecía de indignación con sólo oir la
palabra liberal, y había descubierto en su hijo ciertas
tendencias liberales manifestadas en unos artículos pu-
blicados por él en la Revista de Ambos Mundos. Sus ideas
no le impedían, sin embargo, sostener con dignidad su
nombre y su categoría social; sabía gastar con esplendi-
dez cuando llegaba la ocasión, bastante más de la asigna-
ción que le tenía señalada su padre.
Su servidumbre y su casa eran en todo distintas a las
del Conde, vivía como conviene a un soltero; sus libreas
nada dejaban que desear; citábanse con elogios sus tre-
nes, sus caballos, y en la alta sociedad se disputaban sus
invitaciones para las grandes cacerías que en el otoño
organizaba en los magníficos bosques de sus dominios
de Commarin.
El amor de Alberto por Clara de Arlange era profundo,
y había contribuído no poco a retraerle de la compañía
de sus amigos. El Conde había contrariado aquel amor,
y, como sucede con todo afecto combatido, se tro ó en
pasión avasalladora, que fué para el Vizconde manantial
de las más fuertes emociones.
Desde aquel instante uno solo era el objeto de sus pen-
samientos. ¿Quién se detenía a mirar a derecha o izquier-
da del camino, cuando al final de éste se distinguía una
recompensa tan ardientemente deseada? Habíase jurado
no tener otra esposa que Clara; y aunque su padre se
oponía a este matrimonio, no desconfiaba de la victoria.
Por fin, al cabo de tres años de perseverancia, el Conde