Full text: El proceso Lerouge

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TAPA z 
EL PROCESO LEROUGE 153 
Es un hombre extravagante Gevrol. ¿Con cuánto paga 
anualmente el Gobierno su habilidad? 
— Vamos, mi querido señor Tabaret, calmaos y hable- 
mos como se debe. 
— Bueno, bueno; pero es ya pleito ganado. Guando 
os presenten a muestro hombre, mostra lle únicamente 
sus guantes arañados por su víctima, y le confund'réis, 
Empezará por negarlo todo, y ¡quién sabe si aun hallará 
el juzgado pruebas suficientes para mandar cortar 
cabeza! Aun puede que pretenda atenuar su delito. ¡5.h! 
Los jueces son tímidos, y estas delicadezas pierden a la 
justicia. Si yo hubiera escrito el Código, no se haría es- 
perar mu ho tiempo el castigo de los criminales: cogido, 
y ahorcado, era lo mejor. 
El señor Daburon se resignó a dejar pasar este cha: 
parrón de palabras. Cuando la exaltación del anciano se 
fué calmando empezó a interrogarle, y sólo entonces 
obtuvo algunos detalles preciosos acerca de la prisión; 
detalles que confirmarían el informe del comisario. 
El juez pareció muy sorprendido al saber que Alberto 
había dicho al ver la orden de prisión: «Estoy perdido!: 
— He ahí un tremendo cargo contra él. 
— Ciertamente, y jamás en su estado habitual hubiera 
dicho esa palabia que le pierde en efecto. ¡Ya se ve! Le 
sorprendimos cuando se despertaba; no se había acostado, 
y estaba medio dormido en un sofá cuando llegamos. Ya 
tuve buen cuidado de marchar tras del criado que entraba 
a despertarle, y todos mis cálculos han sido coronados por 
el éxito. Pero no temáis: no le faltarán palabras satisfac- 
torias y convincentes que expliquen su imprudencia. 
Debo añadir que a su lado hemos hallado estrujado el 
periódico que traía la noticia del asesinato. 
— Si—murmuró el juez pensativo; —sois un gran 
hombre, señor Tabaret; he podido convencerme doble- 
mente de ello, porque el señor Ge1dy acaba de salir de 
este despacho. 
— ¿Habéis visto a Rafael? 
Y al preguntar esto, toda su alegría desapareció, y una 
nube de inquietud veló su rostro, jovial hacía un instante. 
— ¡Rafael aquí! —murmuró —¿y sabe?... 
— Nada —dijo el señor Daburon;—no ha sido nece-
	        
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