164 EL PROCESO 1.EROUGE
de Commarin, al hablar, pensaba del mismo modo que el
juez, y sacaba idénticas consecuencias.
¿Por qué insistir tanto respecto a Claudina? El Conde
recordaba muy bien que en su acaloramiento había dicho
a su hijo: «no se hacen por gusto tales sacrificios» y ahora
aquel gran desinterés tenía su explicación.
Cuando el Conde hubo terminado:
— Os doy las gracias—le dijo el juez; —no puedo aún
manifestaros nada cierto; pero la justicia tiene graves ra-
zones para creer que en la escena que acabáis de narrarme,
el señor vizconde de Commarin ha representado una Co-
media estudiada previamente,
— Y bien estudiada —murmuró el Conde, —porque el
primero a quien ha engañado ha sido a mi,
En este momento Rafael entró con un pliego debajo
del brazo, sellado con lacre negro.
— Caballero—dijo al juez, —aquí tentcis todas las car-
tas que descáis; yo os suplico que me permitáis marcharme
en seguida, porque el estado de la señora Gerdy va ha-
ciéndose más alarmante por minutos,
Rafael había levantado la voz al decir estas palabras,
y el Conde las oyó; estremecióse vivamente y tuvo que
hacer un supremo esfuerzo para contener la pregunta que
desde su corazón subió hasta sus labios.
— Es necesario —repuso el juez—que os detengáis si-
quiera un minuto,
El señor Daburon dejó su sillón, y cogiendo al abogado
por la mano, le condujo delante del Conde.
— Caballero —dijo a éste, —tengo el honor de presen-
taros al señor Ralacl Gerdy.
El conde de Commarin no esperaba con seguridad en-
cuentro semejante; y sin embargo, ni uno de los músculos
de su fisonomía sufrió alteración; permaneció imperlur-
bable; en cambio Rafael pareció el hombre que recibe un
golpe de maza en la cabeza; vaciló y tuvo necesidad de
buscar punto de apoyo en el respaldo de una silla.
Después, los dos, padre e hijo, se hallaron frente a
frente, abismados en apariencia en hondos pensamientos;
pero en realidad examinándose con desconfianza, deseando
penetrar cada cual en el pensamiento del otro,
El señor Daburon había aguardado mucho más de
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