170 EL PROCESO LEROUGB
valerse eran de tal fuerza que Alberto no tendría más
remedio que rendirse. ;
Sin embargo, en aquel instante tan solemne para él,
sentíase desfallecer, y su resolución le abandonaba.
Se acordó de que aun no había comido nada, y envió a
buscar aceleradamente una botella de vino y unos biz-
cochos. ¡Ah! La debilidad que sentía el juez no era física,
sino moral, y ésta no la cura el alimento.
Sin embargo, bebiendo su vaso, se dijo:
— ¡Ya puedo presentarme ante el señor Vizconde de
Commarin!
En cualquiera otra ocasión hubiérale parecido indigna
de su talento esta salida grotesca; pero dominado por la
preocupación, no paró mientes en semejantes detalles y
dió las órdenes oportunas para que compareciese el de-
tenido.
XII
Entre la distancia que separa el palacio de Commarmn
de la cárcel no se verificó transición alguna en Alberto,
Despertado bruscamente por la voz del comisario que
decía. «En nombre de la ley quedáis detenido», su espíritu
se trastornó de tal modo, que necesitó mucho tiempo
para que su razón recobrase el equilibrio. Cuanto había
ocurrido desde aquel instante era tan poco claro para él,
que parecía verlo como a través de una niebla, como las
escenas de sueño que representan en el teatro a través de
una gasa. .
Le habían preguntado y él había contestado sin pe-
netrar el sentido de sus palabras; después dos agentes le
habían cogido por los brazos, ayudándole a bajar las es-
caleras, ya que por sí solo no hubiera podido hacerlo,
porque sus piernas flaqueaban y se negaban a sostenerle,
Una cosa, sin embargo, había oído claramente; el
anuncio del ataque de apoplejía del Conde; pero hasta
esto lo olvidó.
Subiéronle en un coche que había a la puerta, hacién-
dole sentar en la banqueta del fondo, mientras dos agen-