16 EL PROCESO LEROUGE
— ¿Por qué?
— Porque es un individuo vehemente, apasionado, la
policía es para él una novela y busca la gloria ni más ni
menos que un autor; y como a estos defectos une la vani-
dad más ridícula, se extravía de un modo lamentable.
En cuanto se encuentra en presencia de un crimen como
el de ahora, quiere explicárselo todo por indicios vagos,
se forja una novela muy en armonía con la situación, y
de un solo hecho deduce toda la historia del delito, de
la misma manera que el sabio adivina, por el examen de
un hueso, toda una especie de animales antidiluvianos.
A veces acierta, las más se equivoca, como en el asunto
del pobre Derome, el sastre, que, a no haber sido por mí...
— Os agradezco el consejo, y lo tendré presente —dijo
el señor Daburon;—por ahora lo que nos interesa sobre
todo es descubrir de qué país era la viuda Lerouge.
Volvieron a interrogar a los testigos, con el mismo re-
sultado negativo de antes; era evidente que la viuda Le-
rouge había sido persona muy prudente, cuando, pasando
por parlanchina, ninguna palabra referente a su vida
había quedado en la memoria de las comadres de la aldea.
Todos los testigos se obstinaban en comunicar al juez sus
impresiones, y fuerza es confesar que la opinión pública
se declaraba por Gevrol; todos al unísono acusaban al
hombre de la blusa, que era sin duda alguna el culpable;
acordábanse de su aspecto patibulario, que había llamado
la atención en el país; dijeron que en cierta ocasión había
amenazado a una mujer y pegado a un chico; no podían
precisar quiénes eran la mujer y el niño; mas estos actos
de brutalidad eran de notoriedad pública.
El juez empezaba a desesperar de poder hacer la luz
en medio de aquellas tinieblas, cuando compareció, con-
ducida por la fuerza, una tendera de Bougival, en casa de
la cual se surtía la víctima, y un chico de trece años, que
sabían, según el rumor público, cosas positivas. La tendera
fué la primera en declarar; había oído decir a la viuda Le-
rouge que tenía un hijo.
— ¿Estáis segura de no haber oído mal? —preguntó
el juez.
— Segurísima; y aquella noche, porque era una noche,
cd