208 EL PROCESO LEROUGE
deseos, y que haríais todo lo posible para encontrar esa
suma.
Rafael no pudo disimular un gesto de inquietud.
— ¡Pues no lo he hecho! Conque así, haced lo que gus-
téis; no tengo un cuarto.
— ¡Diablo! ¡Diablo! ¿Sabéis que ésta es la cuarta vez,
que deseáis que os renueve estos pagarés? 4
— Me parece que los réditos son en cambio pagados
puntualmente, y son tan crecidos, que de seguro os per-
mitirán estar contento respecto a la colocación de ese
dinero.
A, Clergeot no le agradaba oir hablar de los intereses
que recibía.
Sostenía que esto era humillarlo; así, pues, con tono
seco contestó:
— No me quejo, no me quejo; quiero nada más ha-
ceros notar que contáis demasiado con mi paciencia. Con
poner vuestra firma en el mercado cobraría en el acto,
— O no.
— Sí, tal; con hacerlo vos mismos habríais hallado
medio de satisfacer mis justas exigencias; pero ya se ve,
vos decís: el padre Clergeot es bondadoso y es lo cierto;
sin embargo, no lo soy tanto que me guste perjudicarme,
Hoy necesito fondos; los necesito sin falta.
El tono resuelto del usurero no pareció impresionar
al abogado.
— ¿Necesitáis que os lo repita? No tengo ni un cén-
timo,
— Lo siento por vos, pero me veré obligado a deman-
daros...
— ¿Para qué? ¡Juguemos a cartas vistas, señor Cler-
geot! ¿Para qué hemos de dar a la justicia lo que nos hace
falta a nosotros? Después que hayáis pagado todos los
gastos judiciales, ¿habréis podido hacer que os pague si
no tengo dinero? ¿Pensáis en embargarme? No estoy en
mi casa; todo esto es de la señora Gerdy.
— Lo sé, lo sé; además que todo lo que aquí veo no
es suficiente para pagarme.
— ¿Contáis con encerrarme en Clilchy? Mal procedi-
miento; me desacreditabais, me hacíais perder mi carrera
y entonces me era de todo punto imposible pagaros,