210 E" PROCESO LEROUOE
pugaré de veinticuatro mil francos, y lo recogeré el lunes
y os dejaré los otros.
— ¿No los traéis?
— No; y hablando con franqueza, os confesaré que
los hanía puesto con otros que pienso llevar al juzgado;
pero basta; tenéis mi palabra.
El señor Clergeot hizo ademán de marcharse, pero se
volvió bruscamente diciendo:
¡Ah! No me acordaba de deciros que firméis el pa-
garé por veintiséis mil francos: vuestra adorada Julieta
me ha encargado algunas bagatelas que me propongo lle-
varle mañana, y así queda cancelada la cuenta.
Rafael intentó protestar, no porque rehusara el pago,
sino porque era mucho abusar de él, y no podía tolerar
que de aquel modo malgastasen sus fondos.
— ¡Picaruelo! —dijo el usurero desdeñosamente;—
¿queréis contrariar por una miseria aesa mujer tan ama-
da? Ya sabéis, ya sabéis; si necesitáis algún adelanto para
la boda, contad conmigo; dadme algunos pormenores que
me sirvan de garantía; hacedme conocer a vuestro no-
tario, y hablaremos. Vamos, ya me retiro: hasta el Ju-
nes, ¿no es eso?
Rafael prestó oído para ver si el viejo usurero se mar-
chaba en efecto, y cuando oyó sus pasos en la escalera,
exclamó:
— ¡Ladrón infame! Bien se cobra sus servicios. ¡Y
estaba decidido a perseguirme! ¡Oh! ¡Eso me hubiera cau-
sado un trastorno horroroso! ¡Vil usurero! He temido por
un momento tener que decírselo todo.
Y sin cesar de echar pestes contra su banquero, el
abogado miró su reloj.
- —¡Las cinco y media yal —murmuró.
Su indecisión era enorme. ¿Iría a comer con su padre?
¿Podía dejar en aquella forma a la señora Gerdy? La co-
mida en la casa paterna le halagaba no poco; pero, por
otra parte, abandonar a una moribunda...
— ¡Nada, nada! —murmuró—¡no puedo ausentarmel
Sentóse delante de su pupitre y trazó unas líneas de
disculpa a su padre: la señora Gerdy, decía, va a exhalar
el último suspiro cuando menos se piense, y quiero estar
aquí para recogerle,