IESO "TACTO
EL PROCESO LEROUGE 211
Mientras ordenaba a la doméstica que fuese a buscar
un mandadero y le entregase el billete, pareció asaltado
de una idea repentina.
— Y e] hermano de la señora—dijo—¿sabe que se
halla en tal extremo de gravedad?
— Supongo que no, señor; no creo que nadie le haya
avisado.
— ¡Cómo!.:. ¡Desgraciada!... ¡Es decir que durante mi
ausencia a nadie le ha ocurrido mandarle aviso! ¡Corred a
su casa; que le busquen, si no está; que venga al instante!
Más tranquilo ya, Rafael se sentó a la cabecera de Ja
enferma; la lámpara estaba encendida; la Hermana de la
Caridad, iba y venía como en su casa arreglandolo todo,
atendiendo a todo, limpiándolo todo, con un aire de
satisfacción que no pasó inadvertido a Rafael.
— ¿Hay algún rayo de esperanza, Hermana? —pre-
guntó.
— Quizás, señor, El señor cura ha venido, y ha pro-
metido volver, porque vuestra madre no ha podido oirle;
pero desde que se ha retirado, los sinapismos comienzan a
producir efecto.
— ¡Dios os oiga, Hermana!
— ¡Oh! Bien se lo ruego; lo importante es no dejarla
sola un momento; ya lo hemos convenido la criada y yo.
Cuando venga el doctor descansaré un rato, y la criada
velará hasta la una de la mañana, en que ocuparé yo su
puesto.
— No—murmuró tristemente Rafael; —vos descansa-
réis, Hermana; yo, que en vano trataría de conciliar el
sueño, velaré toda la noche. *
XIV
La negativa del juez a oirle no desanimó al padre Ta-
baret, pues además de comprender que el magistrado debía
estar muy fatigado de un largo interrogatorio, el buen
anciano era terco de veras, tanto que esto constituía su
defecto o quizá su buena cualidad.
Al exceso de desesperación que le había invadido,
sucedió en breve la resolución indomable, que es lo que