250 EL PROCESO LEROUGBH
han dicho que te engañaba ¿sd otro.. *Qué mal he hecho
para crearme enemigos? ¿Les causaba envidia mi ven-
tura? ¡Eramos tan felices! Pero tú nos ha creído esa ca-
lumnia, no has podido creerla, puesto que estás aquí.
La religiosa, que se había levantado al ver a todo el
mundo invadir el cuarto de la moribunda, abría los ojos
profundamente asombrada.
— ¡Yo traicionarte!-—prosiguió Valeria —¡era preciso
estar loco para creerlo! ¿No te había jurado eterna fe?
¿No era como una parte de ti mismo? ¿No te he perte-
necido desde el momento en que te conocí? Yo comprendía
que había nacido para ti, como tú habías nacido para mí;
¿no te acuerdas ya? Yo era una modesta obrera de en-
cajes, y apenas ganaba con que vivir: tú me dijiste que
estudiabas para abogado, que no eras rico, y hasta llegué
a creer que te privabas de Jo necesario para que nada me
faltase; tú quisiste arreglar nuestra pequeña buhardilla
del barrio de San Miguel... ¡Qué preciosa estaba con aquel
papel de rosas que nosotros mismos le pusimos! ¡qué
risueñal Desde su ventana veíamos los árboles de las “Tu-
llerías, y si nos inclinábamos un poco, contemplábamos
la puesta del sol bajo los arcos. ¡Qué tiempos tan ventu-
rosos! ¡Qué día tan feliz aquel que fuimos al campo por
vez primera! Tú me habías regalado un traje lindísimo y
unos zapatitos que daba envidia verlos... Pero me habías
engañado al decirme que eras un pobre estudiante; un día
que iba a llevar mi labor, te vi pasar en un soberbio ca-
rruaje; llevabas un lacayo con rica librea... No podía dar
crédito a mis propios ojos, y aquella misma noche me con-
fesaste la verdad: me dijiste que poseías una fortuna co-
losal. ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué me lo dijiste?
¿Deliraba la pobre enferma o estaba en su perfecto
juicio?
Silenciosas lágrimas se deslizaban por las mejillas del
conde de Commarin, y el médico y el sacerdote estaban
conmovidos por aquella escena imprevista.
La víspera creía el Conde muerto su corazón, y ha-
bíale bastado oir aquel acento de la mujer amada para
volver a experimentar todas las impresiones de su juven-
tud. ¡Cuántos años, empero, habían corrido desde los
tiempos evocados por la moribunde!