EL PROCESO LEROUGH
— ¿Conque no era viuda?
— Así parece, puesto que está aquí muy bueno y sano.
— ¡Oh! —murmuró el anciano—¿y sabe algo?
En unas cuantas palabras el jefe de policía trasmitió
a su colega voluntario el relato que Lerouge iba a hacer
al juez.
— ¿Qué opináis de todo esto? —preguntó al concluir.
— Digo... —balbució el anciano, cuya fisonomía de-
notaba una sorpresa casi hermana de la imbecilidad; —
no digo nada. Pienso... pero no, tampoco pienso nada.
— Tenéis los ojos cerrados —dijo Gevrol radiante.
— Decid más bien que no los tengo—repuso el padre
Tabaret.
Pero de pronto se incorporó, y dándose en la frente
una pal nada, repuso:
— ¿Y mi panadero? Hasta mañana, señor Gevrol.
— ¡Tiene perdida la razón! —pensó éste,
El anciano tenía bien sana la cabeza, pero se había
acordado de repente del panadero de Asniéres, que Je
aguardaría en su casa.
En la escalera encontró al señor Daburon, que apenas
se dignó contestarle a su saludo, y se dirigió rápidamente
a su casa, pensando de esta manera:
— Pues señor, ved aquí a mi Rafael que vuelve a ser
Rafael a secas como antes. No Je gustará mucho, porque
parecía muy dichoso con ostentar un título. En fin, yo
le adoptaré, y si Tabaret no suena tanto como Commarin,
al cabo es un apellido. La historia de Gevrol no dulcifica
ni cambia en nada la suerte de Alberto ni mis conviecio-
nes. Es el hijo legítimo; tanto mejor para él; esto no me
haría más firme su inocencia si no tuviera otros datos.
Evidentemente, ni él ni su padre sabían esas circunstan-.
cias, y ambos debían creer en una substitución. Estos
hechos los ignoraría la señora Gerdy, y habrán inventado
alguna historia para poderle explicar la cicatriz del brazo
de su hijo... pero la señora Gerdy debía saber que Rafael
era su hijo, porque al volverle a tener consultaría las
señas que dice tenía, y cuando Rafael encontró las cartas
del Conde, ella debió explicarle...
El padre Tabaret se paró de repente como si un reptil
se hubiera atravesado en su camino.