EL PROCESO LEROUGE 281
vivo! salía por la puertecilla de su leñera. Yo me decía
que era para no incomodarme, y guardaba silencio.
El portero hablaba siempre mirando a la moneda;
y cuando alzó la vista para interrogar la fisonomía de
su señor, el padre Tabaret había desaparecido.
— ¡Bueno es esto! —dijo el portero; —cien francos apos-
taría a que también el amo, a pesar de sus años, corre
detrás de esa belleza. ¡Viejo verde!
El portero no se equivocaba; el padre Tabaret corría
detrás de la dama que iba en el carruaje, pero no iba a
pedirle sus caricias, como pensaba el portero; iba porque
se había dicho:
— Esta me lo dirá todo.
De un salto estuvo en la calle, llegando a tiempo de
ver al carruaje volver la esquina de la de San Lázaro.
— ¡Gran Dios! La voy a perder de vista—se dijo, —
y la verdad se me escapa con ella.
Estaba en uno de esos instantes de sobreexcitación
nerviosa en que se hacen prodigios. Atravesó la calle de
San Lázaro con la misma agilidad con que habría podido
hacerlo a los veinte años, y a cincuenta pasos dela calle
del Havre vió el carruaje forrado de raso azul, que es-
taba detenido por otros dos que se habían enganchado y
obstruían el paso.
— ¡Es mío! —se dijo.
Sus miradas buscaban por todos aquellos contornos y
¡0h desgracia! ni un coche de alquiler. El carruaje que per-
seguía había logrado parar y seguía por la calle de Trou-
chete.
Tabaret, aunque desde lejos, lo seguía también, y
buscaba con ansiedad un carruaje en que meterse a su vez.
— ¡Al ojeo, buen Tabaret, al ojeo! ¡Donde no hay ca-
beza ha de haber pies! ¡A,h, estúpido! ¿Por qué no has pe-
dido a Clergeot las señas de la casa de esa mujer? ¡Pronto,
pronto! Guando se pretende ser lebrel, es preciso tener
fina nariz y sus ágiles piernas.
Y se agitaba corriendo para no perder a la amada de
Rafael, pero la perdía; estaba a la mitad de la calle
'Trouchete, y ya estaba fatigado, mientras que el maldito
coche iba ya a llegar a la de la Magdalena.
¡Oh fortuna! Al mismo tiempo pasó un carruaje des-