284 EL PROCESO LEROUGE
de Julieta. Según le había dicho la criada, la señora estaba
mudando de traje y saldría al instante.
El padre Tabaret estata sorprendido del lujo de aquel
salón. No había nada en él de mal gusto, nada que pu-
diera revelar que estaba en la casa de una mujer de du-
dosas costumbres. Aunque poco conocedor el buen an-
ciano de aquellas cosas, juzgó que todo era de gran valía,
pues sólo el guarnecido de la chimenea y lo que en ella
había, debía valer veinte mil francos.
— Clergeot—pensó—ha dicho la verdad.
La entrada de Julieta interrumpió estas reflexiones.
Habíase cambiado de vestido y se había envuelto en
un ancho peinador gris con adornos cereza. Sus cabellos,
algo descompuestos por el sombrero, caían abandonados
sobre sus hombros, y, al verla, el padre Tabaret, a pesar
de sus años, pudo comprender todas las locuras del abo-
gado.
— ¿Deseabais hablarme, caballero?—dijo la joven
acercándose con gracia.
— Señora, soy un amigo de Rafael, su mejor amigo.
— Hacedme el favor de tomar asiento.
Y se sentó en un diván, dejando asomar entre log
pliegues del vestido una linda zapatilla que hacía juego
con el peinador, mientras el anciano se sentaba en una
silla.
— Vengo, señora, para un asunto grave—murmuró; —
vuestra estancia en casa del señor Gerdy...
— ¡Cómo! ¿Ya se sabe que he ido? Tienen una gran
policía.
— Hija mía... —murmuró con bondad el padre Ta-
baret,
— Bien, bien, ya sé lo que deseáis—exclamó la joven;
—venís de parte de Rafael a reñirme porque me tiene
prohibido ir a su casa; pero no he podido remediarlo. Ya
me canso de tener un amante que es un enigma, un jero-
glífico con frac negro y corbata blanca.
— ¡Habéis cometido una imprudencia!
— ¡Ya lo creo, porque piensa contraer matrimonio!
¿Y por qué no me lo dice?
:- — ¿Y sino fuera verdad?
— Lo es; me lo ha dicho ese viejo taimado de Cler-