EL PROCESO LEROUGB 289
y se detuvo en el árbol genealógico de la familia; aproxi.
móse a él y leyó,
¡Era una de las más hermosas páginas del libro de
oro de la nobleza francesal Muchos hombres gloriosos
estaban allí representados, y algunos miembros de aquella
ilustre familia habían contraído enlaces con princesas de
la sangre.
Su corazón se ensanchaba, henchido por el orgullo;
sus sienes latían con violencia, e irguió arrogantemente
la cabeza murmurando.
— ¡Vizconde de Commarin!
En aquel momento se abrió la puerta; volvióse, y
vió al Conde, que entraba.
Ya iniciaba una profunda reverencia, cuando quedó
petrificado por la mirada de odio, de cólera y de despre-
cio en que le envolvió su padre,
Un estremecimiento corrió por todo su cuerpo; sus
dientes chocaron y se sintió perdido.
— ¡Canalla! —gritó el Conde.
Y temiendo su propia violencia, arrojó lejos de sí su
bastón,
Siguióse un minuto de silencio, minuto que pareció
tener la duración de un siglo,
Ambos hicieron en aquel minuto reflexiones que sería
necesario un tomo para describirlas.
Rafael fué el primero que rompió el hielo y exclamó:
— ¡Señor!l... :
— ¡Callad, callad al menos! —repuso el Conde con
voz sorda. —¿Es posible, Dios mío, que sea hijo mío se-
mejante monstruo? ¡Desgraciado! ¡Sabéis que sois hijo de
la señora Gerdy... infame! Y no satisfecho con haber sido
asesino, lo habéis preparado todo para que se pudiera
imputar vuestro crimen a un inocente. ¡Parricida! Habéis
asesinado a vuestra madre!
El abogado trató de balbucir alguna frase, pero el
Conde prosiguió con energía:
— Sí, la habéis asesinado, si no con el veneno y el
puñal, con vuestro crimen. Ahora lo comprendo todo.
No desvariaba, ho, esta mañana; vos la oisteis como los
demás y tuvisteis la osadía de entrar cuando sus revela-
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