302 EL PROCESO LEROUGE
Lo que la Marquesa tenía muy calladito era que ocho
días antes de su boda, Alberto mejoró su situación, pa-
gando todas sus deudas.
Desde entonces sólo le había pedido nueve mil fran-
cos; pero estaba decidida a confesarle cuánto le fastidia-
ban el tapicero, la costurera, y un comerciante de tejidos
en cuyo establecimiento se había permitido tomar algu-
nos trajes. ¡La Marquesa era una excelente mujer que no
decía palabra que pudiese molestar a su yerno!
El señor Daburon presentó la dimisión de su cargo,
y vive retirado en el Poitou, donde ha recobrado la calma,
precursora del olvido.
Julieta a su vez se ha consolado, y los ochenta mil
francos que encontró debajo de la almohada de Rafael,
no han sido perdidos.
El único que llora es el padre Tabaret; la decepción
sufrida no le deja un momento de reposo. Después de
haber creído en la infalibilidad de la justicia, ahora sólo
ve errores judiciales por todas partes, y el antiguo agente
duda de la existencia del crimen y sostiene que las prue-
bas para nada sirven. En vista de esta nueva persuasión,
se ha dedicado a recoger firmas para un memorial en que
piensa pedir la abolición de la pena de muerte, y al mismo
tiempo estudia la institución de una sociedad filántrópica
que acuda en defensa de los acusados, para demostrar su
inocencia.
FIN
A