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A al cien
El. PROCESO LEBROUGE
He aquí el párralo que acababa de leer:
«Un crimen horrible ha sumido.en la mayor consterna-
ción a la tranquila aldea de La Junquera; una pobre
viuda, llamada la señora Lerouge, que gozaba de la esti-
mación de todos sus convecinos, ha sido asesinada en su
propia casa. Las autoridades se personaron en seguida en
el lugar del suceso y parece que han descubierto algunos
indicios que le harán dar en breve con el criminal.»
— ¡Rayos! —_mumuró el padre Tabaret.—¿Será la se-
ñora Gerdy...?
Pero desechó esta idea:con la misma rapidez que había
cruzado por su mente El padre Tabaret se volvió á sentar
en un sillón, y se dijo, arrepentido de su mal pensamiento:
— Está visto que este asunto me vuelve estúpido;
acabaré ¡por complicar a todo «el mundo en el proceso
Lerouge.
No obstante, una curiosidad invencible le bizo recorrer
toda la página del periódico, y no encontró nada que pu-
diera justificar la más ligera emoción y, por ende, mucho
menos un grito y un desmayo.
— ¡Es extraño! —pensaba el infatigable investigador.
Se fijó entonces. en que el periódico estaba en su parte
imferior como estrujado por una mano convulsa.
— ¡Es extraño! —volvió a murmurar.
En aquel momento se abrió la ¡puerta del salón que
comunicaba con la alcoba de la señora Gerdy, y apareció
Rafael en el umbral.
Evidentemente, el accidente .ocurrido a su madre le
había impresionado sobremanera, porque estaba más pá-
lido que de ordinario, y su, semblante, siempre tranquilo,
estaba visiblemente alterado.
Pareció sorprendido de ver al padre Tabaret, el cual,
adelantando hasta él, preguntó:
— ¿Cómo sigue vuestra madre? Calmad mi inquietud.
—La señora Gerdy—contestó Rafacl—está mucho
mejor.
—i¡La señora Gerdy!—exclamó el anciano estupe-
facto.—Se ve que habéis experimentado una honda im-
presión que...
— En efecto —interrumpió «el joven; —acabo de pasar
por una ruda prueba.