Full text: El proceso Lerouge

56 EL PROCESO LEROUGB 
las había de todos tiempos y de todos los países, y nunc: 
he visto, en tan pequeño espacio, reunido mayor número 
de escopetas, pistolas, espadas y floretes. 
Esta última palabra llevó sin querer a la 
del anciano el arma con que fué herida la viuda 
— El Vizconde —continuó el abogado —se halla 
tado en un diván cuando yo entré; vestía pantalón y bata 
de terciopelo, y llevaba al cuello un pañuelo de seda blanco. 
No tengo animosidad ninguna contra él; él no me ha cau- 
sado ningún mal; nada sabía del crimen de nuestro pa- 
dre, y le debo la justicia de decir que tiene porte aristo- 
crático y lleva con nobleza el nombre que no le pertenece, 
Es de mi estatura, moreno como yo, y acaso tendría un 
semblante parecido al mío si no llevara toda la barba; 
sólo que parece tener cinco o seis años menos que yo, 
lo cual se comprende muy bien: él no ha trabajado, no 
ha tenido que luchar, no ha sufrido; pertenece a los seres 
felices que pasan la vida sobre los cojines y de sus coches, 
sin que sus caballos tengan el más mínimo tropiezo. Al 
verme se levantó y me saludó con distinción. 
— Debfais estar sumamente agitado —murmuró el an- 
ciano. 
— No tanto como ahora; quince días de angustias 
preparatorias hacen desfallecer el ánimo más fuerte. Me 
adelanté a la pregunta que ya la veía asomar a sus labios, 
y le dije. «Caballero, no me conocéis, pero mi personalidad 
no hace al caso; vengo encargado de una misión triste, 
que interesa al honor del nombre que lleváis.» Sin duda no 
me quiso entender o creer, porque con tono algo imperti- 
nente, me preguntó. «Seréis muy largo?» A. lo cual le con- 
testé que sí. 
— Bien, bien—dijo el padre Tabaret, cada vez con 
más atención; —no me suprimáis ningún detalle; esa visita 
es de gran importancia. 
— El Vizconde—continuó Rafael—se contrarió un 
tanto, y me dijo que ya había dispuesto de su tiempo; 
«precisamente es la hora que tengo destinada para visitar 
a mi futura, la señorita de Arlange. ¿No le sería igual 
aplazar esta entrevista?» 
— ¡Bravo! ¡Otra mujer!—se dijo el anciano. 
— Yo respondi al Vizconde que nuestra conversación 
Ja Tecos
	        
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