66 EL PROCESO LEROUGE
— ¡Ah! ¡Sois maravilloso en vuestro papel de abogado
pobre!
— No es un papel.
— Ya, ya entiendo, querido mío: este es el preámbulo,
adivino todo lo demás; mañana me contaréis vuestra
ruina; pasado mañana... ¡Ay, amigo mío, la avaricia os
destruye; es lástima que este defecto haga obscurecer vues-
tras buenas cualidades! ¿No os remuerde la conciencia por
ese dinero que me habéis dado?
— ¡Desgraciada! —murmuró Rafael, por completo in:
dignado.
— ¡Oh! sí. ¡Os compadezco, os compadezco de verdad,
amante desgraciado! ¿Queréis que abra una suscripción
para vos? Yo, en lugar vuestro, pediría una plaza en una
casa de beneficencia. ;
Rafael perdió la paciencia, a pesar de hacer esfuerzos
por permanecer tranquilo,
— ¡Eso os causa risal —exclamó. —Pues bien: tened
la seguridad, Julieta, de que estoy arruinado; he consu-
mido mis últimos recursos; vivo ya del crédito.
La joven miró con ternura a su amante, y exclamó:
— ¡Oh! ¡Si fuera verdad! ¡Si pudiera creertel!
Aquella mirada atravesó hasta el fondo el corazón de
Rafael, que murmuró con profunda tristeza.
— Me cree y se alegra. ¡Oh! ¡Me aborrece!
Se equivocaba: la idea de que un hombre la había
amado lo bastante para arruinarse por ella, sin dejar pe-
netrar este secreto, hacía gozar a aquella mujer extrava-
gante, y en aquel momento quería a Rafael como nunca
lo había amado. Sentíase dispuesta a amar al joven arrui-
nado tanto como despeciaba al amante rico, Sin embargo,
la expresión de sus ojos camb'ó en breve.
— ¡Qué imbécil soy!—repuso; —¡pues no estaba á
punto de sentir ternura...! ¡Como que sois hombre capaz
de gastar el dinero hasta el punto de que os falte a vos!
¡Para la tonta que os creal Hoy ya no se arruina más
que a los necios, y todo lo más algún viejo apasionado;
vos, por el contrario, sois un joven bastante prudente para
dominaros.
— No, cuando se trata de vos.
— Basta, dejadme en paz, que ya sabéis lo que hacéis.