Full text: El proceso Lerouge

80 EL PROCESO LEROUGB 
Cuando el agente hubo salido, el juez se levantó, se 
puso una bata y se dejó caer, más bien que se sentó, en 
un sillón. Su rostro, que en el ejercicio de sus austeras 
funciones tenía la inmovilidad de una estatua, reflejaba 
en aquel momento crúeles angustias. El nombre de Com- 
marin, pronunciado de improviso, cuando menos lo es- 
peraba, despertó en él dolorosos recuerdos y entreabrió 
una herida aun no cicatrizada por completo. Le recor- 
daba aquel nombre un suceso que había destruído, apenas 
nacidas, las ilusiones de su vida, é involuntariamente evo- 
caba los recuerdos de aquellos tiempos, renovándole todas 
sus amarguras. Una hora antes creíalos casi totalmente 
olvidados, y una palabra los había hecho surgir claros y 
distintos, y parecíale que el suceso que recordaba y en 
el que se mezclaba el nombre de Alberto Commarin da- 
taba de ayer, aunque había ocurrido hacía dos años. 
Pedro María Daburon pertenecía a una de las más 
antiguas familias del Poitou; tres o cualro antecesores 
suyos habían desempeñado los primeros cargos de la pro- 
vincia; ¿cómo no legaron a sus sucesores títulos y escudo 
de armas? Caprichos de la suerte. : 
El padre del juez reunió en torno de la antigua casa 
solariega que habitaba, más de ochocientos mil francos 
en tierras, y por su mujer estaba enlazado con la más 
rancia nobleza del país, una de las más exclusivistas de 
Francia; su madre era una Cottevise. 
Cuando Daburon hijo fué nombrado juez en París, 
cinco o seis salones aristocráticos le fueron abiertos en 
seguida, y no tardó en extender el círculo de sus relaciones. 
Sin embargo, carecía en absoluto de las cualidades 
que forman la reputación en los salones; era frío, grave, 
reflexivo, y a veces exageradamente tímido. Su inteli- 
gencia no era pronta y brillante; no tenía esas oportuni: 
dades que cautivan, e ignoraba el arte de hacerse amar. 
Como todos los hombres que sienten mucho, no sabía 
traducir sus impresiones, 
No obstante, le buscaban, le halagaban por cualidades 
más sólidas, por la nobleza de sus sentimientos y por su 
sarácter digno, y los que le trataron más íntimamente 
pudieron apreciar en breve la rectitud de su juicio y su 
buen sentido, y descubrieron que bajo su corteza, un tanto
	        
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