B8 EL PROCESO LEROUQOE
En los ojos del juez brilló un destello de alegría. La
ocasión se le presentaba favorable, y si había de hablar,
o entonces, o nunca.
— Me parece—dijo—que no ha de ser muy difícil
casar a la señorita Clara.
— Estáis equivocado, pues es muy delicada de gusto;
por otra parte, los hombres tienen instintos perversos
que me aterran; no buscan más que dinero, y difícilmente
encontraría uno bastante honrado para casarse con una
Arlange sin más dote que sus bellos ojos,
— Exageráis, señora Marquesa—murmuró tímida-
mente el juez. :
— No tal; tengo experiencia del mundo. Además, al
casar a Clara, su marido me suscitará mil dificultades res»
pecto a los bienes que aseguran mis alimentos, tendré ne-
cesidad de rendir cuentas; me estremezco. ¡Ah! Si mi que-
rida Clara tuviera buen corazón, profesaría en cualquier
orden monástica, y entonces sí que yo no escatimaría
sacrificios para procurarle un dote; pero ¡ya se vel no lo
hará, porque munca ha tenido vocación,
El señor Daburon comprendió que había legado el
momento de hacer su petición. Reunió todo su valor como
un jinete prepara su corcel para saltar un 1050, y con voz
enérgica exclamó:
— Pues bien, señora Marquesa; yo sé de un partido,
que, si no brillante, es decoroso para vuestra nieta; sé de
un hombre honrado que la ama, y que funda su felicidad
en hacerla dichosa.
— Eso son lugares comunes —repuso la Marquesa,
— El hombre de que os hablo es joven y rico; se casará
con la señorita Clara sin dote, y lejos de pediros cuentas,
OS rogará que dispongáis de vuestros bienes como og
agrade.
— ¡Holal ¡Hola! ¿Habla usted en serio? —exclamó la
anciana.
— Y si deseáis aseguraros una renta fija, el esposo de
Clara añadirá lo que necesitéis hasta el logro de vuestros
deseos.
— ¡Oh! ¡lo que decís es inaudito! —exclamó la ridícula
Marquesa; —¿conocéis un hombre semejante, y me lo