Full text: El dinero de los otros

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60 EL DINERO DE LOS OTROS 
años cuando en una misma semana 
el pobre tendero y su mujer fueron 
arrebatados casi repentinamente a 
la vida por la misma enfermedad : 
una fluxión de pecho. 
»Una helada mañana de diciem- 
bre, en aquella casa que acababa de 
visitar la muerte, nos encontramos 
seis niños, de los cuales el mayor 
no tenía aún once años, llorando 
de pena, de miedo, de hambre y de 
frío. 
»Ni el tendero ni su mujer tenían 
parientes y sólo dejaron algunos 
miserables muebles, cuya venta 
apenas bastó para los gastos de en- 
tierro. 
»Los dos niños más jóvenes fue- 
ron llevados al hospicio. Algunos 
vecinos se hicieron cargo de los de- 
más. 
»A mí me recogió una lavandera 
de Marly. Yo era muy alta y muy 
fuerte para mi corta edad, y me 
convirtió en su aprendiza. 
»No era aquélla una mala mujer, 
y a juzgar por ciertos detalles que 
retiene mi memoria, tentada estoy 
por creer que tenía buen corazón; 
pero era una mujer de una violen- 
cia excesiva, brutal y más dura que 
su pala de lavandera. Me agobiaba 
de trabajo, de un trabajo a veces 
superior a mis fuerzas. 
»Cincuenta veces al día me ha- 
cía ir del río a la casa, cargada con 
enormes sacos de servilletas o de 
telas mojadas, retorcerlas, tender- 
las y luego correr a Rucil a buscar 
la ropa sucia de los parroquianos. 
»No me quejaba, pues era de- 
masiado altiva ya para quejarme; 
pero, cuando me mandaban una co- 
sa que yo creía injusta, me negaba 
obstinadamente a obedecerla, y en- 
tonces me maltrataba cruelmente. 
»A pesar de todo, tal vez hubie- 
se seguido con mi patrona si ésta 
no hubiera tenido la mala costum- 
bre de beber. Cada semana, inva= 
riablemente, el día que llevaba la 
ropa blanca a París, y esto lo hacía 
los martes, se embriagaba. 
» Y entonces, según el vino se le 
subía a la cabeza con alegría O Có- 
lera, la consecuencia era colmarme 
de burlas innobles o de golpes atro- 
Ces. 
»Cuando estaba en aquel estado 
me causaba espanto. Y un miérco- 
les que dejé ver demasiado mi dis- 
gusto, me pegó tan cruelmente que 
me rompió un brazo. 
» Hacía veinte meses que vivía 
con ella. 
»El daño que me hizo la serenó 
de repente. Tuvo miedo y se puse 
a colmarme de caricias, obligándo- 
me a jurar que no diría nada a na- 
die. Yo se lo prometí y no falté a 
mi promesa. 
»Pero fué necesario buscar un 
médico; la escena había tenido tes- 
tigos que hablaron, y la historia de 
lo sucedido se extendió de lengua en 
lengua a lo largo del Sena hasta 
Bougival y Rucil. 
» Y tanto corrió, que una maña- 
na se presentó en casa el cabo de la 
gendarmería, y no sé cómo hubiera 
acabado aquello si yo no hubiera 
sostenido con tesón que me había 
roto el brazo al caer por la esca- 
lera.» 
Lo que más admiraba Máximo 
era el tono natural y sencillo con 
que hacía este relato la señorita Lu- 
ciana, 
Sin énfasis, apenas con ligero 
tinte de emoción; parecía referir 
sucesos ocurridos A una persona ex- 
traña. 
«Gracias a mis obstinadas nega- 
a
	        
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