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EL DINERO DE LOS OTROS 207
Había legado ya y no tardó en
presentarse.
— ¿Qué hay ?—preguntó el comi-
sario.
—He desempeñado la misión que
usted me confió—contestó.—Vi al
reportero que redactó el artículo de
referencia y después de algunas di-
vagaciones concluyó por confesar-
me que se había excedido un poco
en el relato y que no tenía más no-
ticias que las que había publicado
y que le habían sido referidas por
dos íntimos amigos del cajero del
Banco de Crédito Mutuo, los seño-
res Costeclar y Saint-Pavin.
—Es necesario ir corriendo a la
casa de esos señores.
—Ya he ido.
—¡Muy bien!
—Desgraciadamente, el
Costeclar acabaha de salir,
—«¿Y el señor Saint-Pavin?
—Le encontré en la redacción de
su periódico, El Piloto Financiero.
Es una persona mal educada, que
me recibió como a un perro y ni
siquiera quiso escucharme.
Adelante...
—Guando yo llegué, conferencia-
ba con otro señor, un banquero lla-
mado Jottras, de la casa Jottras y
Hermanos, y, encolerizados en gra-
do sumo, juraban como carreteros,
diciendo que el asunto del señor
Favoral los arruinaba, que habían
sido engañados como chinos, pero
que las cosas no quedarían así y pu-
blicarían un artículo furibundo...
Pero se detuvo repentinamente,
guiñando un ojo y señalando a Má-
ximo y a Luciana, que escuchaban
muy atentamente.
—¡Hable, hable! —le dijo el co-
misario.—No tema nada...
— ¡Pues bien! — continuó. — El
señor Saint-Pavin y el señor Jot-
señor
tras decían que no perseguirían al
señor Favoral porque éste no era
más que un pobre imbécil, pero que
encontrarían a los otros...
—¿Quiénes son los otros)...
—¡Ah! No los nombraron.
El comisario se encogió de hom-
bros, exclamando :
—¡Cómo! ¡Se encuentra usted
en presencia de dos hombres furio-
sos por haber sido víctimas de un
engaño, que gritan, que juran, que
amenazan, y no sabe arrancarles la
palabra que necesita !... ¡Usted, sin
duda alguna, es un torpe, amigo
mío!...
Y como el pobre secretario, en
extremo desconcertado por la filí-
pica, hubiese inclinado la cabeza y
guardase silencio, repuso:
-¿Al menos se habrá usted in-
formado de quién era esa mujer so-
bre la cual el artículo ofrecía dar
detalles, y cuya existencia ha sido
revelada por ellos al redactor del
periódico?...
—Los interrogué, en efecto...
— ¿Qué le contestaron?
—Que, como no eran delatores,
no tenían nada que decirme.
-¡Peste!...
—El señor Saint-Pavin agregó
que sólo había revelado eso porque
en cierta ocasión vió al señor Favo-
ral comprar un brazalete de seis
mil francos, y también porque juz-
gaba imposible que un hombre de-
vorase millones sin que le ayudase
ninguna mujer.
El comisario no disimulaba su
mal humor.
—¡Es natural ! —gruñó.—Desde
que a Salomón se le ocurrió decir:
«Buscad a la mujer», pues el rey
Salomón fué el primero que lo di.
jo, constantemente hay quien des-
cubre que siempre se encuentra una