Full text: El dinero de los otros

EL DINERO DE LOS 
aquel excelente padre presentó a su 
hija el señor Vicente Favoral. 
La joven no se atrevió a decir que 
le desagrada bi 
Favoral ac: bo ba de cumplir vein- 
ticinco años y era uno de esos hom- 
bres confusos, en mn 5n0' e des- 
cubre relieve alguno que dé e ÓSEO 
a una simpatía o una av e 
Vestía bien, er: 1 nido, 
ciable, dulce, reservado, de escasa 
inteligencia y 
mismo. 
Confesaba que su educación ha- 
bía sido bastante imperfecta, y de- 
OlArabese muy ignorante de la vi- 
da. No poseía otra Aia que su 
sueldo. Er ra entonces jefe de conta- 
bilidad de una import: wmte fábrica 
del barrio de San Antonio, con el 
haber anual de 4,000 francos. 
La joven no vaciló. 
Todo le parecía mejor que el in- 
cesante contacto con una mujer a 
quien aborrecía y despreciaba. 
Así, pues, dió su consentimiento. 
Y a los veinte días de aquella pri- 
mera entrevista la joven se conver- 
tía en la señora Favoral. 
Pero no habían transcurrido > 
semanas, cuando ya conocía cuál 
era su destino, y sabía que no ll 
bía hecho más que cambiar de in- 
fierno. 
No era que su marido fuese malo 
para ella; él no se atrevía todavía 
a serlo, pero ya había dejado tras- 
lucir lo suficiente para que pudiese 
ser juzgado. 
Era uno de esos temibles exsoís- 
tas que esterilizan cuanto les rodea, 
a semejanza de ciertos árboles a cu- 
ya sombra nada prospera y todo se 
Muere. 
Su frialdad disimulaba una ter- 
quedad estúpida y su dulzura una 
voluntad de hierro. 
poco so- 
desconfiado de sí 
OTROS 2I 
Se había casado porque conside- 
raba a la mujer como una rueda ne- 
cesaria, y además porque deseaba 
poseer un hogar donde fuese obede- 
cido y especialmente la dote de 
oa mil francos que aportaba su 
sa al matrimonio. 
Porque este hombre tenía una pa- 
sión : el dinero. 
Bajo su máscara de indiferencia 
agitábanse ás per: 1S codicias. 
MA] 
Deseaba ser r 
Y como estaba convencido de que 
era una nulidad, como se reconocía 
incapaz de esas concepciones o de 
esos trabajos que conducen rápida- 
mente a la fortuna, como carecía de 
audacia, mo concebía más que up 
medio para llegar a la realización 
de sus ambiciones: economizar, sus 
jetarse a. privaciones, reunir mone- 
da sobre moneda aunque fuese de 
cobre, 
Su profesión de tenedor de libros, 
proporcionábale mumerosos ejem- 
plos de la potencia financiera de la 
moneda de cobre, diariamente co- 
locada de manera que produzca su 
rendimiento máximo. 
Sus ojos azules brillaban, sobre 
todo cuando hacía el cálculo de lo 
que hubiera producido una sencilla 
moneda de cobre colocada al 5 por 
ciento el año del nacimiento de 
Cristo. 
Eso para él era asombroso. No 
concebía nada más allá. 
¡Un sueldo! — exclamaba. — 
Querría haber. vivido 1,800 años pa- 
ra seguir las evoluciones de esa po- 
bre moneda, verla duplicarse y cen- 
tuplicarse, producir, aumentar, hin- 
charse y convertirse después de tan- 
tes siglos en millones y centenares 
de millones... 
No Canta, durante los prime- 
ros meses de su matrimonio, con-
	        
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