Full text: El dinero de los otros

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244 EL DINERO DE LOS OTROS 
contrada en la cartera del señor 
Favoral, añadió : 
—Aquí está nuestra suerte 0, por 
lo menos, nos dirá a qué es preciso 
atenernos. 
El señor Tregars y Máximo tu- 
vieron la fortuna de hallar un co- 
chero muy experto y un magnífico 
caballo. 
Por esta causa tardaron muy po- 
cos minutos en recorrer la distancia 
que mediaba entre el Palacio de 
Justicia y el bulevar de los Capu- 
chinos. 
—No hay más remedio que aven- 
turarse a todo—dijo Mario. 
Y como hombre que ha adoptado 
la resolución firme de dedicarse a 
un oficio que le repugna extraordi- 
nariamente, echó pie a tierra y en- 
tró en el almacén de objetos de via- 
je, seguido de Máximo. 
Era aquél un establecimiento de 
aspecto muy modesto. 
Los dueños, marido y mujer, al 
ver llegar a dos parroquianos, se 
precipili 1ron a su encuentro con es 
sonrisa afectuosa peculiar de todos 
los lea de París. 
-¿Qué descan los señores? 
Y con so rprendente rapidez enu- 
meraban cuanto tenían de venta en 
su almacén, desde el necessaire que 
consta de 77 piezas de plata y que 
cuesta 200 luises hasta el modesto 
saco de noche de 40 sueldos. 
Pero Mario Tregars se apresuró a 
interrumpir la charla y, enseñán- 
doles la factura, preguntó: 
- ¿Es aquí donde han sido com- 
pradas las dos maletas que indica 
ste papel? 
—$Sí, señor — contestaron a un 
tiempo marido y mujer. 
— ¿Cuándo las entregaron uste- 
des? 
—Nuestro criado las entregó dos 
horas después de compradas... 
— ¿A dónde las llevó? 
Los esposos cambiaron una mi- 
rada de inquietud. 
-¿Por qué nos pregunta usted 
eso»—interrogó la mujer en tono 
que descubría el propósito decidido 
de no dar respuesta sin conocimien- 
to de causa. 
No es cosa tan sencilla como pa- 
rece a simple vista el obtener los 
informes más insignificantes en Pa- 
rís. La desconfianza del comercian- 
te parisiense es extremada. Como 
tiene la cabeza llena de historias de 
policías y ladrones, en cuanto se 
le interroga, apodérase de él un 
miedo tal, que se vuelve mudo co- 
mo un poste. 
Pero el marqués de Tregars ha- 
bía ya previsto las dificultades con 
que tropezaría. + 
—Crea usted, señora—replicó, 
que mis preguntas tán hechas 
urre lo si- 
ta edad, 
de nuestra AS a quien quere- 
mos entrañablemente, y que no an- 
da bien de la cabeza, ha desapare- 
cido de su casa hace cuarenta y 
ocho horas. Le andamos buscando 
por todas partes inútilmente y con- 
fiamos en encontrarle si damos con 
sus maletas. 
por mera a 
í 
. ” 
ruiente: Un ha 
El marido y la mujer se consul- 
taron con la mirada. 
—Hs el caso—repusieron—que 
de ninguna manera queremos co- 
meter una indiscreción que pudiera 
comprometer a un parroquiano, .. 
El señor Tregars hizo un gesto 
de indiferencia. 
-No tengan ustedes cuidado — 
replicó. Si no hemos recurrido a 
la policía para realizar nuestras 
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