Full text: El dinero de los otros

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26 EL DINERO DE LOS OTROS 
—Con esa suma apenas habrá pa- 
'a los vinos — replicó Favoral. — 
¿Crees que soy tonto? Pero dejémo- 
nos de cuentas. Tú gasta como gas- 
taban tus padres cuando querían 
hacer las cosas bien, y si verdade- 
ramente el banquete resulta esplén- 
dido, no temas que me lamente de 
los gastos que hagas. Toma una 
buena cocinera y para servir a la 
mesa un muchacho hábil. 
La señora Favoral no podía salir 
de su asombro. 
Sin embargo, aun no había ter- 
minado su marido. 
Este manifestó que la vajilla que 
tenían no era a propósito para esa 
comida, y que pensaba comprar un 
servicio completo. 
Luego habló de otras compras que 
consideraba indispensables. 
Vacilaba entre si debía renovar 
o no los muebles del salón, que to- 
davía estaban en buen uso y que 
eran bastante lujosos, pues se los 
había regalado su suegro. 
Terminado el inventario, pre- 
guntó: 
— ¿Qué traje te pondrás por esa 
fiesta P 
—El de seda negro... 
Es decir—exclamó el señor Fa- 
yoral,—que no tienes ninguno. Hoy 
mismo irás a comprar una tela bo- 
nita, de precio, magnífica y encar- 
gas la confección de tu traje a una 
modista de fama... También debes 
comprar vestidos a Máximo y Gil- 
berta... Aquí tienes mil francos... 
El asombro de la señora Favoral 
se trocó en estupefación. 
— ¿Pero a quién vas a invitar?— 
preguntó. 
—A los barones de Thaller — 
contestó con énfasis. — De maner: 
que procura distinguirte... De esto 
depende nuestra fortuna... 
vil 
Al ver que transcurrían los días 
y no se arrepentía su marido de su 
desmedida prodigalidad, la señora 
Favoral no dudó de que éste perse- 
guía algún fin de suma importan- 
cia con aquella comida. 
Volvía a casa diez veces al día 
para decir a su mujer el nombre de 
un plato que había oído hablar o 
para consultarle acerca de un man- 
jar exótico que acababa de ver en 
el escaparate de un tendero de co- 
mestibles. 
Constantemente llevaba vinos de 
subido precio, esos vinos que los in- 
dustriales fabrican para los incau- 
tos y que venden en botellas raras, 
previamente” cubiertas de polvo y 
telarañas. 
Sometió a un largo examen a la 
cocinera que la señora Favoral ha- 
bía contratado, y exigió que le hi- 
ciese una lista de las casas en que 
había prestado sus servicios. 
Además no quedó satisfecho has- 
ta que el mozo que debía servir a la 
mesa le enseñó el frac que había de 
ponerse. 
Cuando llegó el gran día perma- 
neció en casa, yendo y viniendo de 
la cocina al comedor, inquieto, agi- 
tado sin poder darse reposo. 
No respiró con satisfacción hasta 
que vió la mesa puesta y colocado 
el servicio que había adquirido, 
amén del soberbio centro de plata 
que él mismo había alquilado. 
Y cuando su mujer se le presentó 
seductora y admirablemente vesti- 
da llevando de las manos á sus hi- 
jos Máximo y Gilberta con sus tra- 
jecitos nuevos:
	        
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