EL
bía de qué medios valerme ni en
dónde adquirir los informes que ne-
cesitaba. Los miserables hubieran
gozado siempre de la impunidad,
si no me hubiese secundado un
hombre digno, actualmente comi.-
sario de policía quien hice un
insignificante favor un día de motín
en que, estrechado de cerca, iba a
ser arrollado por cinco o seis gra-
nujas peligrosos. Le expuse .mi si-
tuación y él me ofreció
ñalándome la norma
que debía adoptar.
La señora de Thaller
su asiento.
Me veo obligada a manifestar
a usted que no dispongo de tiempo,
que estoy vestida como ve y que
me propongo salir..
Si esperaba poder aplazar la ex-
plicación que adivinaba, debió con-
vencerse de lo contrario, |
se
su apoyo se-
de conducta
agilóse en
al oir el
tono con que el señor Tregars la in-
terrumpió diciendo:
¡Saldrá mañana!...
Y sin apresurarse, Mario conti-
nuó:
-Aconsejado, como le he dicho,
y ayudado por la experiencia de un
hombre del ofici 10, encaminéme a
la calle de los Pastores, número 3,
en Grenelle. Allí encontré a unos
ancianos, el contramaestre de una
fábrica contigua, y su mujer, que
habitaban en la casa hacía veinti-
cinco años. Al dirigirles las prime-
ras preguntas, cambiaron una mi-
rada y se echaron a reir. No ha bían
podido olvidar a la marquesa de
Javelle. Esta era, me respondieron,
una joven lavandera muy linda,
que debía su título a su belleza al-
tiva, a sus ideas ambiciosas y tam-
bién a su oficio, en que el agua de
Javelle desempeña papel importan-
te. Había habitado durante diez y
EL DINERO.—20
DINERO DE LOS OTROS
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ocho años el mismo piso que ellos,
y sabían que tenía un amante que
se fingía empleado, pero que, según
lo que ella les había revelado, era,
un gran señor sumamente rico, del
que esperaba sacar tajada. Agrega-
ron que había dado a luz una niña
y que ellos la habían asistido todo
el tiempo que estuvo en cama. A
la semana siguiente la madre y la
niña desaparecieron y jamás vol-
vieron a oir hablar de ellas...
El señor Tregars se detuvo, y
después de una pausa, prosiguió:
-Estos ancianos me revelaron e 1
verdadero nombre de la marquesa
de Javelle; se llamaba Eufrasia Ta-
ponnet, diciéndome, además, que
residía en París y que no tenía pa-
rientes cerca de Toulouse. Cuando
los dejé, agregaron: «Si conoce a
Frasia, háblele del padre y de la
madre Chandour, y al momento se
acordará de nosotros, ya verá!...»
Por vez primera la señora de
Thaller estremeció, pero de un
modo casi imperceptible.
—Desde Grenelle—siguió dicien=
do el señor Tregars—me dirigí a la
calle de Bourgogne, número
suerte me era favorable:
ra de la casa era la misma del año
1853. Tan pronto como la hablé de
la señora: Devil, respondióme que
no sólo no la había olvidado, sino
que la reconocería entre mil. Esta
era—según manifestó- las
señoritas más bellas que había vis-
to, y que en su vida de portera ja
más había encontrado una 2er cima
na más espléndida que ella. Gom-
prendí en seguida. Y mediante dos
luises que la di, aquella mujer refi-
rióme cuanto sabía. La linda seño-
ra Devil, que era una mosca muy
fina, según me dijo, tenía dos aman=
uno, el titular, que ostentaba
una de
tes: